En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la
vida".
Los fariseos le dijeron a Jesús: "Tú das testimonio de ti mismo;
tu testimonio no es válido". Jesús les respondió: "Aunque yo mismo dé
testimonio en mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y a
dónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes
juzgan por las apariencias. Yo no juzgo a nadie; pero si alguna vez juzgo, mi
juicio es válido, porque yo no estoy solo: el Padre, que me ha enviado, está
conmigo. Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas
es válido. Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre, que me ha enviado,
da testimonio sobre mí".
Entonces le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?" Jesús les
contestó: "Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a
mí, conocerían también a mi Padre".
Estas palabras las pronunció junto al cepo de las limosnas, cuando
enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su
hora.
Reflexión
En un mundo en el que, lo que sobra es información, a veces tenemos
muchas dificultades para poder formar nuestra opinión y, con ello, nuestros
criterios. Muchos de los valores se ven hoy refutados y llevados a controversia
por muchas corrientes de pensamiento, y para no pocos hermanos, esto ha sido
causa de una terrible desilusión en su fe.
La Iglesia, mantiene una línea de pensamiento que nos muestra en qué
sentido Jesús dijo cada una de sus palabras. No dejemos que esta densa
oscuridad del mundo llegue a apagar la luz de Jesús en nuestros corazones;
¡mantengámosla viva y fulgurante!
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