CUAN BUENO Y SUAVE ES, SEÑOR, TU ESPÍRITU PARA CON TODOS NOSOTROS

El Padre eterno puso, con inefable benignidad, los ojos de su amor en
aquella alma y empezó a hablarle de esta manera:
«¡Hija mía muy querida! Firmísimamente he determinado usar de
misericordia para con todo el mundo y proveer a todas las necesidades de los
hombres. Pero el hombre ignorante convierte en muerte lo que yo le doy para que
tenga vida, y de este modo se vuelve en extremo cruel para consigo mismo. Pero
yo, a pesar de ello, no dejo de cuidar de él, y quiero que sepas que todo
cuanto tiene el hombre proviene de mi gran providencia para con él. Y así,
cuando por mi suma providencia quise crearlo, al contemplarme a mí mismo en él,
quedé enamorado de mi creatura y me complací en crearlo a mi imagen y
semejanza, con suma providencia. Quise, además, darle memoria para que pudiera
recordar mis dones, y le di parte en mi poder de Padre eterno.
Lo enriquecí también al darle inteligencia, para que en la sabiduría de
mi Hijo comprendiera y conociera cuál es mi voluntad, pues yo, inflamado en
fuego intenso de amor paternal, creo toda gracia y distribuyo todo bien. Di
también al hombre la voluntad, para que pudiera amar y así tuviera parte en
aquel amor que es el mismo Espíritu Santo; así le es posible amar aquello que
con su inteligencia conoce y contempla.
Esto es lo que hizo mi inefable providencia para con el hombre, para
que así el hombre fuese capaz de entenderme, gustar de mí y llegar así al gozo
inefable de mi contemplación eterna. Pero, como ya te he dicho otras muchas
veces, el cielo estaba cerrado a causa de la desobediencia de vuestro primer
padre, Adán; por esta desobediencia vinieron y siguen viniendo al mundo todos
los males.
Pues bien, para alejar del hombre la muerte causada por su
desobediencia, yo, con gran amor, vine en vuestra ayuda, entregándoos con gran
providencia a mi Hijo unigénito, para socorrer, por medio de él, vuestra
necesidad. Y a él le exigí una gran obediencia, para que así el género humano
se viera libre de aquel veneno con el cual fue infectado el mundo a causa de la
desobediencia de vuestro primer padre. Por eso, mi Hijo unigénito, enamorado de
mi voluntad, quiso ser verdadera y totalmente obediente y se entregó, con toda
prontitud, a la muerte afrentosa de la cruz y con esta santísima muerte os dio
a vosotros la vida, no con la fuerza de su naturaleza humana, sino con el poder
de su divinidad.»
OFICIO DE LECTURA
TIEMPO ORDINARIO SÁBADO DE LA SEMANA
XXX
De la Feria. Salterio II
SEGUNDA LECTURA
(Cap. 134: edición latina, Ingolstadt
1583, ff. 215v-216)
Del Diálogo de santa Catalina de
Siena, virgen, Sobre la divina providencia
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