EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20241201
«La esperanza nos sostiene. Es saludable el aviso del Señor, nuestro
maestro, que el que persevere hasta el final se salvará. Y también este otro:
si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres. Hemos de tener paciencia, y perseverar,
hermanos queridos, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de
la verdad y de la libertad, podamos alcanzar la verdad y la libertad mismas.
Porque el que seamos cristianos es por la fe y la esperanza; pero es necesaria
la paciencia, para que esta fe y esta esperanza lleguen a dar su fruto. Pues no
vamos en pos de una gloria presente; buscamos la futura, conforme a la
advertencia del apóstol Pablo cuando dice: en esperanza fuimos salvados. Y una
esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que
se ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Así
pues, la esperanza y la paciencia nos son necesarias para completar en nosotros
lo que hemos empezado a ser, y para conseguir, por concesión de Dios, lo que
creemos y esperamos. En otra ocasión, el mismo Apóstol recomienda a los justos
que obran el bien y guardan sus tesoros en el cielo, para obtener el ciento por
uno, que tengan paciencia, diciendo: mientras tenemos ocasión, trabajemos por
el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. No nos cansemos
de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Estas
palabras exhortan a que nadie, por impaciencia, decaiga en el bien obrar o,
solicitado y vencido por la tentación, renuncie en medio de su brillante
carrera, echando así a perder el fruto de lo ganado, por dejar sin terminar lo
que empezó» (San Cipriano [c 200-258]. Tratado sobre los bienes de la Paciencia
13-15).
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