Evangelio del 19 de marzo 2025 Lucas 2, 41-51

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las
festividades de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la
costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en
Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana,
hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo,
regresaron a Jerusalén en su busca.
Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los
doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se
admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se
quedaron atónitos y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué te has portado
así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de
angustia". Él les respondió: "¿Por qué me andaban buscando? ¿No
sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?" Ellos no entendieron
la respuesta que les dio.
Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su
madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas.
Reflexión
La palabra de Dios, en este día nos presenta el terrible sufrimiento
que tuvo nuestra Madre cuando se quedó Jesús en el Templo y ella pensó que se
había perdido. Dado que Dios ha querido que María sea ahora la madre de todos
nosotros, los discípulos del Señor, podemos imaginar que esta experiencia se
repite continuamente en el cielo cuando alguno de nosotros se pierde, cuando se
aleja de Dios y por ende, de ella.
Ciertamente Jesús se quedó en el templo sin avisarle a sus padres, lo
cual produjo una gran angustia a nuestra madre. El problema es que nosotros no
nos perdemos por quedarnos en la casa de Dios, sino todo lo contrario. Por
ello, debemos de tomarnos fuertemente de la mano de María Santísima para que no
nos vayamos a perder.
Su corazón inmaculado es el mejor lugar en donde podemos estar, pues en
él encontramos siempre la ternura y el amor de nuestra Madre Santísima que nos
instruye interiormente y nos dirige a Jesús. La presencia del Espíritu en total
plenitud en su corazón se convierte en luz y alegría para nuestras vidas. Si
mucha gente vive perdida en el mundo es porque no se ha tomado con fuerza de la
mano de nuestra Madre Amada y porque no ha hecho de su corazón, el lugar de
encuentro con Dios.
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