Evangelio del 22 de marzo 2025 Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores
para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí:
«Este recibe a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos, y el
menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me
toca’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a
un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta.
Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre, y el
muchacho empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un
habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía
ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no dejaban que
se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: '¡Cuántos trabajadores en
casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me estoy muriendo de hambre! Me
levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus
trabajadores'.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía
lejos cuando su padre lo vio, y se enterneció profundamente. Corrió hacia él y,
echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo:
'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo
tuyo'.
Pero el padre dijo a sus criados: '¡Pronto!, traigan la túnica más rica
y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el
becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado'. Y
empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la
casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le
preguntó qué pasaba. Este le contestó: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre
mandó matar el becerro gordo, por haberle recobrado sano y salvo'. El hermano
mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que
entrara, pero él replicó: '¡Hace tanto tiempo que te sirvo sin desobedecer
jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo
con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes
con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo'.
El padre repuso: 'Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es
tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado'».
Reflexión
Viendo al padre de la parábola descubrimos a un Dios amoroso que, como
dice la Sagrada Escritura, "no lleva cuentas del mal" y que no se
resigna a que ninguno de nosotros nos perdamos. Está siempre esperando que la
vida nos haga ver, que lejos de su amor, de su cariño y de su casa todo será
ruina, muerte y destrucción. Pero no es sino hasta que vivimos la experiencia
destructiva que sufrió el hijo de este hombre, que nos hacemos conscientes de
nuestra realidad y de que sin Dios no podremos ser nunca felices, es cuando nos
decidimos a confesarnos y a regresar al estado de gracia. Es por ello necesario
valorar la vida de la gracia y todas las bendiciones que el hombre tiene cuando
vive al amparo de su Padre del cielo.
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