Por aquellos días se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del Templo. Era invierno. Jesús se paseaba por el templo, bajo el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente".
Jesús les respondió: "Ya se los he dicho, y no me creen. Las obras
que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen,
porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco, y
ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna, y no perecerán jamás, nadie las
arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y
nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno".
Reflexión
Parte de este evangelio ya lo habíamos oído el domingo pasado. Ahora la
liturgia lo retoma para enfatizar nuestra realidad pascual. Cristo, el
"Cordero de Dios" se ha transformado en el Pastor.
Un pastor que "conoce a sus ovejas", pero más importante aún
es que las ovejas reconocen la voz del Pastor y "lo siguen". Es
decir, el auténtico Cristiano es el que "escucha la voz de Jesús el buen
Pastor" y oyendo esta voz la siguen. A veces no sé qué será, o que no
escuchamos su palabra o que, escuchándola, no buscamos la manera de seguirla.
Dos de las tristes realidades de nuestro cristianismo hoy son, por un lado, la
falta de gusto por la oración y por la meditación de la palabra de Dios; esto
nos lleva a no escuchar la voz del Pastor; por otro lado, el mundo hedonista y
pragmático, que nos invita a vivir de acuerdo con nuestros propios intereses.
Dos elementos que combinados nos dan la actitud de los fariseos. A
éstos les dice Jesús: "Ustedes no son de mis ovejas". Si realmente
queremos pertenecer a su redil es necesario escuchar su voz y seguirlo aunque
su camino, que lleva a la resurrección, pase siempre por la cruz.
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