sábado, 30 de noviembre de 2013

LA CORONA DE ADVIENTO



La corona de Adviento es la fórmula más habitual y más sencilla de ir iniciando los domingos de Adviento. Las moniciones como, en otros años, irán reflejando ese hecho. La corona de Adviento tiene cuatro velas de colores diferentes y cada domingo de Adviento se enciende una. En el caso del primer domingo se encenderá la primera y las demás quedarán apagadas. Cuando lleguemos al segundo domingo de Adviento, antes de iniciarse la Eucaristía, ya estará encendida la vela del domingo anterior y, por tanto, se encenderá la segunda. Haremos lo mismo con la tercera y la cuarta. En caso de la tercera, iniciaremos la celebración con las dos velas anteriores ya encendidas y prenderemos la tercera. Para la cuarta, antes de comenzar ya estarán encendidas las tres y completaremos la corona con la cuarta vela encendida.

OTRAS POSIBILIDADES
Pueden presentarse, delante del altar, cuatro cirios grandes, también de colores, situados sobre una pequeña escalera que los sitúe a diferentes alturas. Esa escalera o estructura puede cubrirse con un paño del color morado típico del Adviento. La más baja será la del primer domingo y la más alta la correspondiente al cuarto. Se encenderán de la misma forma.
Otra fórmula interesante es colocar un “misterio”, un gran portal de Belén. Puede servir el que se vaya a destinar después al Nacimiento. Y se irán poniendo imágenes distintas de manera sucesiva. Al estar el portal vacío, la primera colocación puede ser la del pesebre –la cunita—vacía. Más adelante, en el segundo, se completa con los animales. El tercero con los pastores y San José. El cuarto colocar la imagen orante de la Virgen María manteniendo el pesebre vacío pues todavía no ha nacido el Señor.
El uso de las moniciones es parecido y similar a lo que se cita en el caso de las velas. Y en lugar de decir, por ejemplo, “al encender esta vela” pues se cambia por “al colocar esta figura de…”

BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO
MONICIÓN
Hermanos ¡Llama el Señor! ¡Nos llama, el Señor, en medio del desierto! A recuperar la alegría de la fe. Viene a nuestro encuentro, en cada circunstancia, para llenarnos de valor y de entereza, de audacia y de esperanza. ¿Seremos capaces de levantar las antenas de nuestra existencia para dejarnos guiar y llevar por El? ¡Vino, viene y vendrá el Señor! Para infundirnos ánimo y sacarnos de tantas fosas en las que nos hemos metido. ¡Necesitamos salvación! ¡Necesitamos a Jesucristo! ¡Bienvenido sea el adviento, tiempo de esperanza y días que nos adentran en los caminos de Dios! Vamos a bendecir la Corona de Adviento. Su color verde nos habla de la esperanza, de la vida que hemos de tener todos los creyentes que anhelamos la llegada del Salvador. Las lámparas, que en cada domingo iremos encendiendo, simbolizan la luz de Cristo que viene a nuestro encuentro y que se imponen sobre la oscuridad del mundo.

PRIMER DOMINGO (BENDICIÓN)
La tierra, Señor, se alegra estos días y tu Iglesia desborda de gozo
ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia,
del dolor, apatía y del pecado.

Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona
con ramos y la ha adornado con cirios.

Ahora, pues, que comenzamos el tiempo de preparación para la venida de tu Hijo,
te pedimos, Señor, que mientras se acrecienta cada día
el esplendor de esta corona con nuevas luces,

nos ilumines a nosotros con el esplendor de aquel que, por ser la luz del mundo,
iluminará todas las oscuridades.

–Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
(Se acerca una persona y enciende el primer cirio)
Canto: ¡Ven, ven Señor no tardes! (U otro canto apropiado)


Fuente: http://www.betania.es

miércoles, 13 de noviembre de 2013

San Pedro, cabeza de la Iglesia.



"Entre Todos los hombres sólo Pedro es escogido para ser el primero en llamar a rodas las gentes a la salvación y para ser la cabeza de todos los apóstoles y de todos los Padres de la Iglesia. En el pueblo de Dios son muchos los sacerdotes y los pastores, pero la verdadera guía de todos es Pedro, bajo el acompañamiento supremo de Cristo. Dios se ha dignado hacer a este hombre partícipe de su poder en una manera grande y maravillosa. Y si ha querido que también los otros príncipes de la Iglesia tuvieran cualquier cosa en común con él, es siempre por medio de él que trasmite cuanto a los otros ha negado. A todos los apóstoles el Señor pregunta qué cosa piensan los hombres de él y todos dan la misma respuesta, hasta que ésta continúa siendo la expresión ambigua de la común ignorancia humana. Pero cuando los apóstoles son interpelados sobre su opinión personal,  el primero en profesar la fe en el Señor es aquel que es el primero aun en la dignidad apostólica. 

(San León Magno)

SALMO 22



SALMO 22

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.

El Señor siempre ha perdonado.




“Pasemos en reseña todas las épocas del mundo y nos daremos cuenta cómo en todas las generaciones el Señor ha concedido modo y tiempo de arrepentirse a todos aquellos que quieren regresar a Él. Noé fue heraldo de la penitencia y aquellos que lo escucharon fueron salvados. Jonás predicó la ruina de Nínive y éstos, expiando sus pecados, aplacaron con sus oraciones a Dios y consiguieron la salvación, a pesar de no formar parte del pueblo elegido. Nunca faltaron ministros de la gracia divina que, inspirados por el Espíritu Santo, predicaran la penitencia. El mismo Señor de todas las cosas habló de la penitencia empeñándose con juramento: Como es verdad que yo vivo -oráculo del Señor- no gozo de la muerte del pecador, más bien de su penitencia. Agrega todavía palabras llenas de bondad. Di a los hijos de mi pueblo: aunque si sus pecados, de la tierra llegaran a tocar el cielo y fueran más rojos que la escarlata o más negros que el cilicio, basta que se conviertan de todo corazón y me llamen: ‘Padre', yo los trataré como un pueblo santo y escucharé vuestra oración". 

(San Clemente Romano)