domingo, 31 de julio de 2011

Los laicos y su apostolado



¿Qué se entiende por laicos?
Los laicos son los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, según sus posibilidades, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.


El apostolado de los laicos.
Los laicos congregados en el Pueblo de Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza cualesquiera que sean, están llamados, como miembros vivos, a procurar el crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación con todas sus fuerzas, recibidas por beneficio del Creador y gracia del Redentor.
El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia y a él todos están destinados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación. Por los sacramentos, especialmente por la Sagrada Eucaristía, se comunica y se nutre aquella caridad hacia Dios y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado. Los laicos, sin embargo, están llamados, particularmente, a hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos. Así, pues, todo laico, por los mismos dones que le han sido conferidos, se convierte en testigo y al mismo tiempo en instrumento vivo de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo.
Además de este apostolado, los laicos pueden también ser llamados de diversos modos a una cooperación más inmediata con el apostolado de la Jerarquía.
Así, pues, incumbe a todos los laicos colaborar en la hermosa empresa de que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y de toda la tierra; y así en la medida de sus fuerzas también ellos participen celosamente en la obra salvadora de la Iglesia.

Cfr Lumen gentium, núms.. 31 y 33

sábado, 30 de julio de 2011

¿Qué es la vocación?

Vocación significa "llamado", del latín vocare -que quiere decir llamar-y se refiere a que cuando Dios te creó, también te pensó y te llamó a un estado y condición de vida específicos, a un estilo de vida concreto.
Primero que nada, para entender esto, es necesario darnos cuenta que Dios existe. Ésta es una verdad del tamaño del cielo, que con el simple hecho de estar vivos cada nuevo día por las mañanas, reafirmamos.
Es más fácil comprobar que Dios existe que comprobar lo contrario. Todo cuanto existe alguien lo creó. Cualquier persona sensata diría que alguien tuvo que haber creado también al hombre, pues es la criatura más perfecta.
Ahora bien, el hecho que Dios exista nos lleva a otra cuestión: siendo tan inteligente, Él no se pone a hacer cosas sin razón alguna. Y cuando manda a alguna alma a la tierra, lo hace con un plan específico, para que viva de una manera concreta. Y es esta manera concreta a la que llamamos vocación.
Debemos recordar que nuestra plenitud y felicidad depende de cuánto busquemos llevar a cabo este plan de Dios en nuestras vidas, por que no hay nadie, NADIE, que sepa más la manera de hacernos felices, que Dios mismo, aún cuando nosotros queramos "experimentar" nuestros propios caminos.

El cristiano, discípulo de Cristo.

El seguimiento de Cristo implica una verdadera conversión y sacrificio.
El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una persona,  la impulsa  a la conversión profunda de la mente y del corazón y establece una comunión de vida que se convierte en seguimiento.
Las condiciones para recorrer el mismo camino de Jesús son pocas, pero fundamentales. El camino que Cristo propone es estrecho, exige sacrificio y el don total de sí.
Es un camino que conoce las espinas de las pruebas y de las persecuciones. Es un camino que hace misioneros y testigos de la palabra de Cristo.
El seguimiento no es un viaje cómodo por un camino llano. Puede haber momentos de desconsuelo como cuando en una ocasión muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con El
La meta última del seguimiento es la gloria. El camino es el de la 'imitación de Cristo', vivido en el amor y muerto por amor en la cruz. El discípulo debe, por decirlo así, entrar en Cristo con todo su ser, debe 'apropiarse' y asimilar toda la realidad de la encarnación y de la redención para encontrarse a sí mismo'. Cristo debe entrar en él para librarlo del egoísmo y del orgullo.
La cruz, signo de amor y de donación total, es por tanto el emblema del discípulo llamado a configurarse con Cristo glorioso.

El encuentro con Cristo transforma la vida del hombre.

"El encuentro decisivo con Cristo, la palabra hecha carne".

El encuentro entre Dios y el hombre, en la persona de Jesucristo, se realiza en lo cotidiano, en el tiempo y en el espacio. Cuando Cristo se cruza con la vida de una persona, toca su conciencia, lee en su corazón y hace nacer el arrepentimiento y el amor.

El encuentro con Jesús es similar a una regeneración: da origen a la criatura nueva, capaz de un verdadero culto, que consiste en la adoración del Padre "en espíritu y verdad".

Encontrar a Cristo en el camino de la propia vida, con frecuencia significa encontrar la curación física. Jesús confiará a sus mismos discípulos la misión de anunciar el reino de Dios, la conversión y el perdón de los pecados, y también la de curar a los enfermos, liberar de todo mal, consolar y sostener.

Cristo ha venido para buscar, encontrar y salvar al hombre entero "y su venida" en medio de nosotros tiene como fin conducirnos al Padre. El está presente a través de su Palabra, una Palabra que llama, que invita, que interpela personalmente, como sucedió en el caso de los apóstoles.

Cristo también se encuentra presente en la Eucaristía, fuente de amor, de unidad y de salvación. "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él"... "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día".


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martes, 26 de julio de 2011

Imágenes erróneas de Dios.

A lo largo de la historia y comunicadas por generaciones, aparecen en nuestro modo de entender a Dios, muchas imágenes inadecuadas. Son figuras erróneas que nos han hecho daño y falsean la esencia de su SER. Algunas de ellas:
La figura del juez rígido o policía.
En esta imagen Dios aparece vigilante, esperando asestar el golpe castigador a quien incurra en falta. Frunce el ceño y endurece su mirada.
Esta forma de presentarlo es consecuencia de una moralidad estricta, de una forma muy severa de entender la vida. Nos llena de escrúpulos. En ella se refleja una proyección humana de nuestros miedos y temores; tal vez la culpabilidad patente de nuestro interior atormentado y  la necesidad de seguridades exteriores, impresas y expresadas en normas, leyes y reglas que deben cumplirse a rajatabla.
A muchas personas les gusta que otros les digan que tienen que hacer, como deben comportarse. Necesitan reglas, normas y orientaciones precisas y con todo ello sienten tranquilidad, experimentan un ámbito moral sujeto, individualmente muy aceptable.
Es un esquema que da seguridad de acción, pero también una estructura dependiente. Nos indica con claridad qué tenemos que hacer en toda ocasión sin importar circunstancias, sin flexibilidad, sin libertad de opción.
Este paradigma nos presenta un Dios sádico que disfruta el espectáculo del sufrimiento humano y se ensaña con particular venganza. “me la hiciste, me la pagas”. Un Dios implacable, enfurecido ante la trasgresión, que no tolera debilidades y tampoco acepta disculpas.
Esa figura de Dios no corresponde con el ser de DIOS manifestado en Jesucristo.
 El cómplice de mi irresponsabilidad y mis errores.
Y si por un lado se presenta el peligro del escrúpulo, también puede aparecer el laxismo, que es el otro extremo en la formación de la conciencia.
En una sociedad como la nuestra que se vuelve más permisiva, podemos llegar a pensar que Dios es un cómplice de mis errores. Como no dice nada y no me expresa claramente su desaprobación, y además mi conciencia no me reprocha entonces tengo la plena liberad de hacer lo que se me venga en gana.
Esa figura de Dios se vive en la realidad como una especie de alcahuete o celestina que calla y respalda desde su silencio todas las acciones des edificantes hacia mí mismo o hacia personas cercanas a las que afecto directamente. Dios no es ni puede ser un cómplice de malas intensiones.
Recordemos que Dios es un juez justo que dará a cada uno según sus obras. Nos regaló el libre albedrío, esa facultad de reflexionar y elegir de manera responsable en todas las opciones y determinaciones que vamos asumiendo. En el juicio final recibiremos según lo realizado en esta vida temporal.
Fray Francisco Javier González Castellanos.

Las máscaras humanas y frágiles.

Había una vez un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes  de todas las tonalidades, hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia, las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque.
La furia apurada, urgida  sin saber por qué  se baño rápidamente y más rápidamente aun, salió del agua, pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que apurada se puso la primera ropa que encontró. Y sucedió que esa ropa no era la suya si no la de la tristeza y así vestida  de tristeza la furia se fue.
Muy calmada y serena,  dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza termino su baño y sin ningún apuro, mejor dicho sin conciencia del paso del tiempo con pereza, salió del estanque, en la orilla se encontró con que su ropa no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedarse al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.
Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia; ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, que detrás del disfraz de la furia en realidad… está escondida la tristeza.

José Antonio Brito Solís

Las etapas de la vida

Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella, mas allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, cerrando puertas o cerrando capítulos. Como quieras llamarlo, lo importante es poder cerrarlos, dejar momentos de la vida que se van clausurando.
¿Terminaste con tu trabajo? ¿Se acabo tu relación? ¿Ya no vives mas en tu casa? ¿La amistad se acabo?
Puedes pasar todo el tiempo revolcando los porqués y tratar de entender tal o cual hecho. No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos por qué. Lo que sucedió, sucedió y hay que soltar, hay que desprenderse. No podemos ser niños eternos ni adolescentes tardíos ni tener vínculos con quien no quiere estar involucrado con nosotros.
Los cambios externos pueden simbolizar procesos interiores de superación. Deja ir, soltar desprenderse. Es un proceso de aprender a desprenderse y humanamente se puede lograr, porque nada ni nadie nos es indispensable.

José Antonio Brito Solís

viernes, 22 de julio de 2011

Lo que Dios ha prometido


Dios no ha prometido
Cielos siempre azules,
Sendas cubiertas de flores
Durante toda nuestra vida;
Dios no ha prometido
Sol sin lluvia,
Gozo sin tristeza,
Paz sin dolor.

Pero Dios sí ha prometido
Fuerzas para el día,
Descanso de las labores,
Luz para el Camino,
Gracia para las pruebas,
Ayuda de lo alto,
Compasión constante,
Amor sin fin.


Haz lo que sabes que puedes hacer hoy...

 ¡y luego confía en Dios para que Él haga lo que no puedes hacer!

Annie Johnson Flint

Confronta tus errores.



Tómate de la mano de Dios, y pídele valor necesario para confrontar tus errores,sin justificar ni delegar en los demás. Pídele que te mantenga abrazado bajo su luz y protección para que sepas que no estas sólo y que, quien hizo mar y tierra, no te reprocha ni te condena, solo desea que aprendas de tus errores para forjar tu propia historia, para continuar tu camino de crecimiento interior y tu evolución como ser humano.

Jesucristo, sumo y eterno sacerdote.

Texto del Evangelio (Lc 22,14-20): Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los Apóstoles; y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios». Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: «Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios». Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío». De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros».

La Eucaristía.

La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura.
La Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana”. Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua.

"El Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros y se ha ofrecido en sacrificio por nuestra salvación. Él nos dona su cuerpo y su sangre como alimento de nueva vida, de una vida divina, no más sujeta a la muerte". "Tú, Señor Jesucristo, Hijo de Virgen María, eres el único Salvador del hombre, 'ayer, hoy y siempre'. En ti creemos, sálvanos".

Requisitos para recibir la Comunión:
a) Ser Católico y estar en comunión de fe con la Iglesia Católica.
b) Estar en gracia. Para lograrlo hay que confesar todo pecado mortal.

c) Abstenerse de comer y beber por una hora antes (agua y medicinas están permitidas). 

"Eucaristía, conversión y reconciliación"



La comunión y la confesión van juntas. "En ambos sacramentos, el amor de Dios sale a nuestro encuentro, Dios quiere donarse a nosotros, nos quiere ayudar y sanar", los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación han estado asimismo muy relacionados al ministerio sacerdotal y han dado a la Iglesia la posibilidad de tener una presencia viva y salvífica de Jesús.

Hoy en día mucha gente ha perdido la conciencia sobre el pecado. La confesión frecuente, nos ayuda a formar nuestra conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarnos curar por Cristo y a avanzar en la vida del Espíritu. Si no nos confesamos con frecuencia corremos el riesgo de acostumbrarnos a nuestros 'pequeños errores' y pecados sin reconocerlos más.

Al experimentar la reconciliación con Dios, seremos también capaces de reconciliarnos con los hermanos "pues como él seremos llevados a ser misericordiosos". En lo escondido del sacramento de la Reconciliación, la confesión puede ser el paso decisivo para la curación. Pues este sacramento no quiere sacar a relucir errores y pecados, sólo que quiere curar y transformar".

Cardenal Christoph Schönborn

jueves, 21 de julio de 2011

El Espíritu Santo.




¿Quién es el Espírtu Santo?
El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.


Nombres del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.


Señales del Espíritu Santo.
El viento, el fuego, la paloma.
Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.
El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.


La Promesa del Espíritu Santo.
Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14, 16-17).

Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” (San Juan 14, 25-26).

Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: “Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).

En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.


Misión del Espíritu Santo.
  1. El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.
  2. El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.
  3. El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.
  4. El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.

 Los siete dones del Espíritu Santo.
Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.
  1. SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.
  2. ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.
  3. CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.
  4. CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.
  5. FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.
  6. PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.
  7. TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.

Origen de la fiesta de Pentecostés.
Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.
En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.
La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.
En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.


Explicación de la fiesta.
Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.
Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.

miércoles, 20 de julio de 2011

Dios es amor, misericordia y perdón.


Dios es amor,misericordia y perdón. Es algo mucho mas grande que tus problemas, tus caidas, culpas y lamentaciones. Es un Dios que siempre se encuentra con las manos extendidas, sin reproche, reclamo ni condición. Cuando experimentas su amor activas la potencia de la paz interior y aunque las apariencias materiales te digan lo contrario, el alma adivina que todo obra para bien y todo de lo que de Dios procede rebasa por mucho lo que ni siquiera pudiéramos imaginar.

Jesús fue el hombre que pretendió cambiar al mundo por amor


Jesús fue el hombre que pretendió cambiar al mundo por amor. Te aseguro que en cada palabra suya se encuentra infinita sabiduría y verdades eternas, que sin duda nos ayudan entre tantas cosas, a aminorar la pesada carga y descubrir que existe un camino de libertad.

Deja de pelearte con la vida.


 "Deja de pelearte con la vida y de cuestionar a Dios por los sinsabores y adversidades que de manera cotidiana tienes que enfrentar. Mejor abandónate a El para que logres la conquista más difícil y reñida que tiene que enfrentar el ser humano: La conquista de sí mismo"

Donde está tu tesoro, está tu corazón.

La sabiduría consiste en descubrir lo que uno no necesita.
Al hombre sabio se le reconoce porque sabe perfectamente donde esta su verdadero tesoro.
Donde este tu tesoro ahí estará tu corazón (Lc12, 34). Si ese tesoro es perecedero no podrá satisfacer jamás el  ansia de plenitud con la que todos los seres humanos fuimos creados.

No somos producto de la casualidad.

“No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio. Por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él”
Benedicto XVI Homilía de celebración Eucarística de la inauguración solemne de su pontificado. Domingo 24 de abril 2005. 

No confíes en tus propias fuerzas


“¿Para qué te estribas en tus propias fuerzas, si esas no te pueden sostener ni darte firmeza alguna? Arrójate con confianza en los brazos del Señor, y no temas, que no se apartará para dejarte caer. Arrójate seguro y confiado, que Él te recibirá en sus brazos” Confesiones, Libro VIII, Capítulo XI, n. 27

La paz interior.


<Paz… no significa estar en un lugar sin ruidos, Sin problemas, sin trabajo duro y si dolor,> <Paz significa que a pesar de todas esas turbulencias, Permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón> PAZ INTERIOR EN MEDIO DE LAS ADVERSIDADES “Éste es el verdadero significado de la paz” Que ante las adversidades siempre sepamos hallar la “Paz interior” Confía en Dios y relájate. Hazle un santuario en tu corazón

Creados para trascender.

“Las criaturas no nacen con deseos a menos que exista la satisfacción de esos deseos. Un niño recién nacido tiene hambre: bien, existe algo llamado comida… Los hombres sienten deseo sexual: bien, existe algo llamado sexo… Si encuentro en mí mismo un deseo que nada en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo… debo cuidarme, por tanto, por un lado, de no despreciar nunca o de desagradecer estas bendiciones terrenales, y por otro… hacer que el principal objetivo de mi vida sea seguir el rumbo que me lleva a ese mundo y ayudar a los demás a hacer lo mismo”   

martes, 19 de julio de 2011

Comprometiéndose con Jesús.

¿Por qué no caminar algún tiempo hacia el descubrimiento de Jesús con el convencimiento de que no se le descubre más que comprometiéndose personalmente?: no se puede percibir su presencia desde fuera. Todos los testigos afirman que a Jesús se le descubre caminando juntos y comprometiéndose en la acción. Es verdad: el único medio para encontrarle vivo es buscarle donde está la vida: cuando se comienza a amar, cuando uno deja de estar encerrado en sí mismo, cuando se intenta responder a las necesidades de los demás, entonces uno está vivo y hace surgir la vida; en el corazón de una vida así, Alguien se dará a conocer. Hay que comenzar escuchando, comprometiéndose, dando tiempo y vida, y en ese camino aprenderemos a descubrir, a reconocer   a amar a Jesucristo.


(·PATIN-ALAIN)

La verdadera familia de Jesús.

La verdadera familia de Jesús no es únicamente la que lo une por los lazos de sangre, pues estos se rompen con la muerte e incluso puede haber algunos que aún teniendo la misma sangre decidan no seguir la voluntad del Padre. La verdadera familia es la que vive conforme al Evangelio, es la que ha sido adoptada por el Padre como hijos por medio del Espíritu Santo. Él, como Hijo del Padre, ve que sus hermanos deben de ser también hijos de Dios. Esto de ninguna manera es un desprecio ni para sus parientes y mucho menos para su madre, la cual si por algo se distinguió en la vida fue por hacer la voluntad de Dios. De acuerdo a esto nuestro parentesco con Jesús se refuerza en la medida en que nos aplicamos en hacer la voluntad del Padre, que no es otra que la de vivir conforme al Evangelio.
Recordemos lo dicho por Jesús: No todo el que me dice: Señor, Señor se salvará sino el que hace la voluntad del Padre. Apliquemos, pues, nuestra vida en vivir de acuerdo al Evangelio.
Pbro. José María Caro. (Adaptación)

Confianza en Dios.

En este mundo tecnificado, cientista y autosuficiente, es necesario que muchos de los cristianos revaloremos la figura de Dios en nuestra vida. Esto lo digo porque con facilidad perdemos de vista que nosotros creemos en el Dios revelado por Cristo, en el Dios todopoderoso que es capaz de abrir el mar en dos para salvar a su pueblo; es el Dios que hace concebir a La Virgen Santísima por obra del Espíritu Santo; es el Dios que para salvarla envía un ángel a José; es el Dios que resucitó a Cristo, en una palabra, el Dios para quien nada, absolutamente nada es imposible.
Si hemos pedido y no se nos ha concedido, no es porque Dios no lo pueda hacer, o no lo quiera hacer, sino simplemente porque no nos convenía en ese momento. Cada prueba que se presenta ante nosotros es la oportunidad para que nuestra fe y nuestra confianza en Dios crezca. No importa cuan grande sea el problema que se presenta delante de ti: Dios tiene un proyecto maravilloso para que ese problema se solucione y llevarte a la salvación. Dios sólo te pide, que tengas confianza en él y que te pongas a caminar. Entonces verás la gloria y el poder de Dios.
Pbro. José María Caro. (Adaptación)

El juego de la vida y sus instrucciones. Por Jesús Piña.

lunes, 18 de julio de 2011

El Espíritu Santo y la Iglesia.

Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.
El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado; etc.
El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.
El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones.

sábado, 16 de julio de 2011

Valor de la Eucaristía.


"En cada Misa, se actualiza el Sacrificio de Cristo, con el que Dios sella la Nueva Alianza con la humanidad entera. Sabemos que la Eucaristía es un sacrificio por las palabras de Jesús: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza que se derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26,28). 
Se recuerda con esta frase lo que relata el Éxodo, cuando Moisés rocía sangre del sacrificio del Sinaí sobre el pueblo, diciendo: "esta es la sangre de la Alianza que el Señor hace con vosotros" (Ex 24,8).

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, -por encargo de Jesús "hagan esto en memoria mía" (Lc 22,19)- actualiza el sacrificio único de Jesucristo. Por la palabra y los signos eucarísticos, se hace presente el sacrificio de la cruz, y además, toda la obra salvadora de Jesucristo.


La Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana. Los demás sacramentos y todos los ministerios de la Iglesia y obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. En la Eucaristía está todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo.  

La Eucaristía.

"Eucaristía" o "Celebración Eucarística" es el nombre exacto de lo que llamamos "Misa", lo más importante de esta celebración, es que se vuelve a realizar cada vez el milagro de Cristo: el Espíritu Santo convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Además, en cada Misa, se actualiza el sacrificio de Jesús y se repite el milagro del Cuerpo y la Sangre de Cristo, aunque una vez al año celebremos de manera más solemne este gran misterio.

¿Cuál es la mejor edad en la vida?

A un grupo de chicos y adultos se les preguntó en un programa de televisión...
¿cuál es la mejor edad en la vida? 
“Dos meses, porque te llevan en brazos, y te aman y te cuidan mucho”.
“Tres años, porque no tienes que ir a la escuela. Puedes hacer casi todo lo que quieres y juegas todo el tiempo”.

“Dieciocho años, porque ya terminaste el secundario  puedes conducir un automóvil”.
"Veinticinco, porque tienes más entusiasmo”.
“La mejor edad es los veintinueve años, porque entonces puedes quedarte en casa, dormir y no hacer nada”.
“Cuarenta, porque estas en la cúspide de tu vida y tu vitalidad”.
“Cincuenta y cinco años, porque ya has cumplido con la responsabilidad de criar hijos y puedes disfrutar de la vida de los nietos”.
“Sesenta y cinco, porque puedes disfrutar la jubilación”. La última persona, una señora mayor comentó: “Todas las edades son buenas, por lo tanto, disfruten la edad que tienen ahora”. Si le presentamos nuestra vida a Dios cuando somos jóvenes, como un suave pétalo de rosa, tenemos más para ofrecerle y más para disfrutar.  Pero si le sacamos a esa rosa un pétalo por cada año que nos demoramos, para cuando alcancemos el invierno de la vida no vamos a tener más que un tallo desnudo para darle a Dios, y muy poco tiempo para disfrutar.
Ahora es la época de tu vida, 
pero el mejor momento para rendirle nuestra vida a Dios. 

martes, 12 de julio de 2011

No nació santo, pero logró serlo: SAN JOSE

Cuando leemos los relatos de la infancia de Jesús, nos encontramos con una figura sencilla, discreta, pero importante: San José, su padre adoptivo.
Sin duda, también predestinado (o sea, elegido) por Dios para tan noble misión, él no fue –a diferencia de la Virgen María– preservado del pecado original; sin embargo, cuando le llegó el turno de decidir delante de la invitación divina: “José, hijo de David, no temas aceptar a María como tu esposa, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo...”, él aceptó con valor y con decisión la voluntad de Dios y así: “cuando José se despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado...” (Mt 1, 20. 24)

Aceptar las insinuaciones e invitaciones del Señor, ahí está el camino para la santidad.

Tampoco nosotros fuimos preservados de la mancha original; pero sí que, como San José, fuimos predestinados (elegidos) para conocer y amar a Jesucristo. ¿Cómo vamos a responder a tan alta vocación que hemos recibido?
San José vivió junto a Jesús el resto de sus días, mirando cómo se cumplían las promesas de Dios. A la contemplación de las maravillas que hoy continúa realizando, estamos llamados cada uno de nosotros, y a tener nuestra mirada y nuestro corazón fijos en la persona de Jesús.

Ni tú, ni yo, pues, hemos nacido santos; pero podemos llegar a serlo, a imitación de aquel varón de la tribu de David, que con humildad aceptó por amor los designios de Dios en su vida.