«En relación con el caso de los niños, en el cual dices que no deben ser bautizados en el segundo o tercer día después de su nacimiento, y que la antigua ley de la circuncisión debe considerarse, por lo cual piensas que alguien que acaba de nacer no debe ser bautizado y santificado dentro de los ocho días, todos nosotros pensamos de manera muy diferente en nuestro Concilio. Porque en este curso que pensabas tomar, nadie está de acuerdo, sino que todos juzgamos que la misericordia y la gracia de Dios no debe ser negada a ningún nacido de hombre... Por otra parte, la fe en la Escritura divina nos declara que todos, ya sean niños o mayores, tenemos la misma igualdad en los divinos dones... Razón por la cual creemos que nadie debe ser impedido de obtener la gracia de la ley por la ley en la que fue ordenado, y que la circuncisión espiritual no debe ser obstaculizada por la circuncisión carnal, sino que absolutamente todos los hombres tienen que ser admitidos a la gracia de Cristo, ya que también Pedro en los hechos de los apóstoles, habla y dice el Señor me ha dicho que yo no debería llamar a ningún hombre común o inmundo. Pero si nada podría obstaculizarla obtención de la gracia a los hombres, ni el más atroz de los pecados y no puede poner obstáculos a los que son mayores. Pero si hasta a los más grandes pecadores, y los que habían pecado en contra de Dios, cuando creen, se les concede la remisión de los pecados y nadie se ve impedido del bautismo y de la gracia, ¿cuánto más deberíamos obstaculizar a un bebé?, que, siendo recién nacido, no ha pecado, salvo en que, habiendo nacido de la carne de Adán, ¿ha contraído el contagio de la muerte antigua en su nacimiento? ...Y, por lo tanto, querido hermano, ésta era nuestra opinión en el Concilio que, por nosotros, a nadie debe impedirse el bautismo y la gracia de Dios, que es misericordioso, amable y cariñoso para con todos» (San Cipriano [200-258]. Carta 58, a Fido sobre el bautismo de niños).
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