“Pasemos en reseña todas las épocas del mundo y nos daremos cuenta cómo
en todas las generaciones el Señor ha concedido modo y tiempo de arrepentirse a
todos aquellos que quieren regresar a Él. Noé fue heraldo de la penitencia y
aquellos que lo escucharon fueron salvados. Jonás predicó la ruina de Nínive y
éstos, expiando sus pecados, aplacaron con sus oraciones a Dios y consiguieron
la salvación, a pesar de no formar parte del pueblo elegido. Nunca faltaron
ministros de la gracia divina que, inspirados por el Espíritu Santo, predicaran
la penitencia. El mismo Señor de todas las cosas habló de la penitencia
empeñándose con juramento: Como es verdad que yo vivo -oráculo del Señor- no
gozo de la muerte del pecador, más bien de su penitencia. Agrega todavía palabras
llenas de bondad. Di a los hijos de mi pueblo: aunque si sus pecados, de la
tierra llegaran a tocar el cielo y fueran más rojos que la escarlata o más
negros que el cilicio, basta que se conviertan de todo corazón y me llamen:
‘Padre', yo los trataré como un pueblo santo y escucharé vuestra oración".
(San Clemente Romano)
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