«Hay un solo Dios, quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas. Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con Dios. Por eso, los profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético, han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser conocido por ella, Y librándonos de la mano de todos los que nos odian, a saber de todo espíritu de desobediencia, hacer que le sirvamos con santidad y justicia..., a fin de que, unido al espíritu de Dios, el hombre viva para gloria del Padre. Los profetas, pues, anunciaban por anticipado que Dios sería visto por los hombres, conforme a lo que dice el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Ciertamente, según su grandeza y gloria inenarrable, nadie puede ver a Dios y quedar con vida, pues el Padre es incomprensible. Sin embargo, según su amo" su bondad hacia los hombres y su omnipotencia, el Padre llega hasta a conceder a quienes le aman el privilegio de ver a Dios, como profetizaban los profetas, pues lo que el hombre no puede, lo puede Dios. El hombre por sí mismo no puede ver a Dios, pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera»
(San Ireneo de Lyon [e. 672/673-735]. Tratado contra las herejías. Libro 4, 204-5).