Por Jesús de las Heras Muela
Revista Ecclesia
I. El pesebre. Llamado también y más popularmente en España
Belén. Es la escenificación del misterio del nacimiento de Jesucristo, que se
pone en las iglesias, en los hogares y en otros lugares.
Procede esta costumbre
de una iniciativa de San Francisco de Asís en la Navidad de 1223, en la
localidad de Greccio. El “Belén” en nuestros templos y en nuestras familias nos
recuerda que Dios puso su tienda, su morada entre nosotros.
II. El villancico. Arranca también de la devoción de San Francisco por el
misterio de la Navidad
y en su deseo de propagar los cánticos y cantos populares que suscitaba entre
los fieles este misterio. La palabra villancico se define, en una de sus
acepciones, como “canción popular, principalmente de asuntos religiosos que se
canta en Navidad y otras festividades”.
Son canciones del
pueblo -como se deriva de su etimología- para expresar el gozo y la alabanza
por la salvación en Dios hecho hombre. Son como evocaciones de aquella primera
adoración de los pastores, canción de canciones, en definitiva, del pueblo
humilde y sencillo, el primero en reconocer y adorar al Salvador.
III. La
Misa del Gallo. Es una de las cuatro Misas, de las cuatro Eucaristías, con
que la Liturgia
de la Iglesia
honra el misterio de la
Navidad y manifiesta su inagotable riqueza. Érase que se era,
según narra una fábula, que fue un gallo el primero en presenciar el nacimiento
de Jesucristo y de anunciarlo con su canto… Era el canto del gallo que
anunciaba la aurora de los tiempos. La
Misa del Gallo es, debe ser, Misa de medianoche, cuando el
silencio se rompió en la
Palabra , cuando el pueblo que caminaba en tinieblas se vio
envuelta en una luz grande y resplandeciente, cuando las estrellas palidecieron
ante el alba de la luz tan esplendente.
IV. El árbol de Navidad. Sus orígenes se remontan a la noche de los tiempos,
pretéritos períodos de la historia. El árbol expresa la fuerza fecundante de la
naturaleza. Los rigores del otoño y del invierno no han podido con él, fuerte
roble, árbol rey. Para suplir sus hojas caducas o heridas es preciso hacer
pender objetos de adorno, cuajados de simbolismos: la luz, el obsequio, la
sorpresa, el don de los dones, que es, en definitiva, el nacimiento de Dios en
la carne. El árbol de Navidad habla de perennidad, de fecundidad, de
inmortalidad, de fortaleza. Es imagen de Cristo luz del mundo, el árbol de la
vida. En un árbol fue perdida la inocencia, en un árbol fue reparada y redimida
la humanidad.
V. El intercambio de dones, praxis quizás banalizada y exagerada
en la actualidad, pero cuajada de simbolismo y de riqueza: Navidad es
intercambio maravilloso. El hijo de Dios, al encarnarse, nos otorga participar
de su divinidad. La encarnación es un misterio compartido. Nos dice la Liturgia de estos días:
“¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y
alma, nace de una virgen, y hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en
su divinidad”.
VI. La palabra, el saludo, la felicitación navideñas,
como aquel entrañable “felices pascuas”, especial y cordialmente pronunciados
en la noche y en el día de la
Navidad y que quizás esté desapareciendo en nuestros
ambientes, aun cuando Navidad es también Pascua: el paso del Señor y su entrada
en nuestra historia. Navidad es la Palabra. Es el tiempo oportuno para el diálogo,
para el encuentro, para la reconciliación, para la amistad, para el deseo de la
felicidad y de la dicha, para la paz, dones todos ellos traídos en prenda en la Navidad por la Palabra de Dios hecha
carne, revelada, manifestada, desvelada en y para el amor.
VII. La luz. Navidad es la explosión de la luz. Jesucristo encarnado,
sin dejar de ser hombre, es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero”. El pueblo que caminaba en tinieblas fue envuelto en la luz sin
ocaso de la encarnación.
VIII. El pan. Es la expresión básica del alimento. Es signo de
Jesucristo, Pan de la vida. En Navidad adoramos el cuerpo de Jesús, que se nos
dará después en la
Eucaristía. Durante décadas existió la tradición que durante la
adoración al Niño, en la Misa
del Gallo, los fieles -particularmente, las mujeres- ofrecían y depositaban
cestos llenos de pan bendecido, el Pan de la Navidad , que era llevado después a los pobres y a
los enfermos.
IX. La acogida, la hospitalidad, el hogar, la familia. En algunos países
de la Europa
central existe la tradición de poner una vela encendida en la ventana abierta
del hogar durante la noche de Navidad, como señal de acogida y de bienvenida.
También en algunos de estos lugares, en Navidad se dejaba la puerta de la
entrada de la casa sin cerrar.
Navidad es la gran
acogida y la gran hospitalidad del Dios que, al hacerse hombre, al hacerse
hogar y familia, nos abre las puertas de la divinidad, de la familia de Dios.
Navidad fue la gran acogida y la gran hospitalidad de los pobres y de los
pastores que cedieron su establo para que en él Dios pusiera su morada entre
nosotros. Navidad fue la familia de Belén y de Nazaret. Navidad fue y es hogar.
Y el hogar es el lugar de nuestra Navidad. Y es que Navidad es la fiesta de la
familia. Es familia: Dios que se hace de nuestra familia, Dios que nace y vive
en una familia, Dios que se prolonga en la familia de los hijos de Dios que es la Iglesia.
X. La paz. Navidad es paz, el don de los dones del Señor que nace,
del Dios que se encarna. “Porque un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado;
lleva a su hombro el principado y es su nombre Maravilla de Consejero, Padre
Perpetuo, Príncipe de la
Paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites… Para
sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho desde ahora y por
siempre”.
¿Habrá algo que invite más a la paz, a la ternura y al amor que
un niño recién nacido? La paz surge de la justicia y hace brotar el anticipo
del cielo nuevo y de la tierra nueva, de la civilización del amor y de la paz a
la que todos estamos llamados y que Jesucristo, con su nacimiento vino a
instaurar.”¡Qué hermosos son, pues, sobre los montes -como nos dice, de nuevo,
el profeta Isaías- los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena
noticia de la paz!”
Navidad es nochebuena,
es noche de paz. ¡Señor, danos la paz! ¡Tú eres nuestra paz! La paz de un niño,
tierno y débil, que entre pajas yace. La paz de un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre. La paz de un niño que fue sólo reconocido por los
ángeles y los pastores. La paz de un niño, Dios, que, ya adulto, quiso sellar
la paz y la felicidad de todos los hombres con su sangre derramada y redentora
en la cruz. ¡Señor, danos la paz. Tú eres nuestra paz!
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