jueves, 2 de octubre de 2025

Evangelio del 3 de octubre 2025 Lucas 10, 13-16

 



En aquel tiempo, Jesús dijo: "¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo". Luego, Jesús dijo a sus discípulos: "El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado".

 

Reflexión

 

Lucas 10, 13-16 nos confronta con la responsabilidad de acoger el mensaje de Dios y nos advierte sobre las consecuencias del rechazo espiritual. Es una llamada urgente a la conversión personal y comunitaria.

Jesús pronuncia un lamento sobre las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, que han presenciado milagros pero no se han convertido. La dureza de sus palabras revela que el privilegio de haber visto signos divinos conlleva una mayor responsabilidad.

Corozaín y Betsaida: Jesús compara estas ciudades con Tiro y Sidón, conocidas por su paganismo. A pesar de su reputación, Jesús afirma que estas últimas habrían respondido mejor a los milagros. Esto nos invita a preguntarnos: ¿Qué signos hemos recibido en nuestra vida y cómo hemos respondido?

Cafarnaúm: A pesar de ser centro de muchas enseñanzas y milagros, Jesús advierte que será “precipitada hasta el infierno”. La familiaridad con lo sagrado no garantiza la conversión si no hay apertura del corazón.

Hoy, como sociedad, podemos ver reflejadas estas ciudades en nuestra indiferencia espiritual. La rutina, el ruido, la tentación y el egoísmo pueden cerrar nuestro corazón a la Palabra de Dios. Pero Jesús sigue confiando en nosotros, incluso en nuestra fragilidad, y nos llama a abrir horizontes, a escuchar, a convertirnos.

Este pasaje no busca condenar, sino despertar. Es una invitación a no dejar pasar la gracia, a reconocer los signos de Dios en lo cotidiano, y a responder con fe viva y agradecida.

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