El derecho al trabajo digno y
bien remunerado es una protección que no se puede pisotear. Algunas medidas
tomadas en el país "descobijan a un santo para cobijar a otro". Las
ayudas a los adultos mayores y a las personas con alguna discapacidad son
incuestionables. Quienes no pueden emplearse en este mundo tan competido,
necesitan del apoyo solidario de la sociedad. No obstante, parece injusto
aplicar a rajatabla una política de despidos de manera indiscriminada. El
lamento del Evangelio ha resonado con transparencia en la vida de muchos
empleados del sector público: "¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me
quita el empleo?". El abuso de poder es contrario al bienestar general. No
es justo ofrecer dádivas a costa de derechos legítimos de terceros. La justa
demanda social que pide poner un freno dispendio y a los privilegios es digna
de reconocimiento y apoyo ciudadano. Las reformas se tendrán que con bisturí y
no con machete.
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