martes, 20 de septiembre de 2016

LAS OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES.

Pbro. Lic. Gustavo Alfonso Sánchez Quevedo.

En este Año de la Misericordia, el Papa Francisco nos ha invitado a reflexionar sobre las obras de misericordia corporales y espirituales, pues “será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (Misericordiae Vultus 15). Se trata, pues, de redescubrir “las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (MV 15).

Estas catorce obras de misericordia “son acciones caritativas  mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf Is 58,6-7; Hb 13,3)” (Catecismo de la Iglesia Católica No. 2447). Todas son expresión de la misericordia y nos ayudan a no quedarnos en buenas intenciones o en un sentimentalismo estéril que no permite poner en práctica la compasión con el hermano que sufre o nos necesita. Tal vez las obras de misericordia corporales son más conocidas, pero no por eso mejor practicadas, aquí nos detendremos a reflexionar en cada una de las obras de misericordia espirituales, que también son importantes y que requieren de un corazón misericordioso para poder practicarlas. El hecho de que se llamen “espirituales” no significa que no se lleven a la acción, pues también requieren de un compromiso y, sobre todo, de una actitud de misericordia para poder vivirlas. Algunas de ellas tal vez no sean tan visibles, como el dar de comer al hambriento, pero también exigen mucha disposición interior para realizarlas, como el perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, etc. Veamos, pues, de manera sencilla cada una de ellas para disponernos a llevarlas a la práctica.


1.       ENSEÑAR AL QUE NO SABE.

Esta obra de misericordia busca desterrar la ignorancia en las personas que no han tenido la oportunidad de prepararse o formarse en algún aspecto importante de la vida, que puede ser en el ámbito espiritual, moral, académico, de sentido común, etc. La persona puede estar desorientada y necesitada de que alguien le ayude a superarse o tomar un mejor camino en su vida. En el ámbito cultural, por ejemplo, muchas personas no saben leer ni escribir, ni han tenido la oportunidad de tener una mayor instrucción escolar, aspecto que les ha cerrado muchas oportunidades de superación y que generalmente son las personas más pobres, es entonces cuando las personas que han tenido una mayor preparación pueden ayudar a los demás a superarse en este aspecto. Lo mismo podemos decir en un oficio, en una profesión, en algunas situaciones de la vida social, familiar, etc. También en el ámbito de la fe existe mucha ignorancia que ha llevado a las personas a cometer errores en su vida, por ello quien ha conocido mejor la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, puede enseñar este camino a quien lo desconoce para que pueda conducir su vida por el sendero del Señor.
No se trata de pasar por sabihondos o superiores que los demás, sino más de bien enseñar con una actitud de profunda humildad, con prudencia y en una búsqueda sincera de ayudar a la otra persona, sin humillarla ni subestimarla. Es preferible esperar a que la otra persona sea quien pida la ayuda y disponerse a hacerlo sin búsqueda de recompensa o gratificación, sino simplemente con la intención de hacerle un bien. Para practicar esta obra de misericordia hay que tener paciencia y gastar tiempo en este noble servicio.


2.       DAR BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA.

Dar un buen consejo no es tan fácil como parece, pues no se trata simplemente de compartir mis puntos de vista o de imponer mi opinión personal, sino de buscar sinceramente lo que es verdadero, bueno y justo en la situación que se pretende iluminar. Abundan los malos consejos de personas que no reflexionan suficientemente ni han aprendido a ser prudentes en la vida, sino que dan irresponsablemente su opinión, sin mirar las consecuencias ni fijarse si ello va a ayudar verdaderamente a la persona. Dar un buen consejo es toda una responsabilidad, pues requiere de un discernimiento y reflexión para mirar con mayor profundidad las situaciones de la vida. Es de gran ayuda la luz de la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia en muchos ámbitos de la vida, así como la opinión de autores serios o personas preparadas en algún campo determinado.
Es importante también aquí, que sea la persona quien se acerque a pedir el consejo, pero cuando se crea prudente, también es conveniente acercarse con humildad para evitarle a la otra persona un posible tropiezo, fracaso o caída. En el ámbito de la fe, un buen consejo ayuda para encaminar nuestros pasos por el camino de la salvación y evitar desviarse del camino del Señor. No se trata de quedar bien con las personas, diciéndoles aquello que quieren escuchar, sino de ayudarlas a mirar con más claridad aquella decisión que quieren tomar o aquel aspecto de la vida en el que pretenden mejorar.


3.       CORREGIR AL QUE YERRA.

En esta obra de misericordia es conveniente evitar las actitudes perfeccionistas, soberbias e intolerantes, pues no se trata de andar corrigiendo a todos por todo, como si uno fuera perfecto, sino de ayudar al hermano a corregir aquel error, sobre todo en el ámbito moral, que no le está permitiendo vivir conforme al bien y a la voluntad de Dios. Es muy fácil ver la “paja en el ojo ajeno y no ver la viga” que llevamos en el nuestro, pues quien así procede no mira su propio pecado sino sólo el del hermano; por ello es importante actuar con misericordia, no espantándonos por el pecado ajeno, sino con un deseo sincero de salvar al hermano, como nos dice la Carta de Santiago en la Biblia “si alguno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su mal camino, salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de muchos pecados” (Sant 5,19-20). La corrección fraterna siempre es necesaria para vivir conforme a la bondad y al amor, pero requiere de actitudes de humildad, prudencia, amabilidad, asertividad, paciencia, etc. Incluso, muchas veces la prudencia nos aconsejará posponer la corrección para no provocar en la otra persona el efecto contrario, es decir, que se encapriche o se aferre a su mal camino. De parte de quien es corregido se requiere también de una actitud de humildad para dejarse orientar y corregir.


4.       PERDONAR LAS INJURIAS.

Uno de los desafíos de nuestra vida cristiana es conceder el perdón a quien nos ha ofendido. Es interesante descubrir que el perdonar las injurias es una de las obras de misericordia espirituales, pues no cabe duda que sólo un corazón misericordioso es capaz de perdonar. El perdón nos hace reflejar también la misericordia de Dios; si Dios es misericordioso para perdonarnos siempre, también nosotros estamos llamados a perdonar a quien nos ha herido, lastimado o hecho algún mal. En la Biblia encontramos múltiples ejemplos de personajes que tuvieron que perdonar a su prójimo, como el caso de José, quien fue vendido por sus hermanos y fue llevado a Egipto donde llegó a convertirse en el primer ministro del Faraón, y a pesar de la ofensa tan grande que le hicieron sus hermanos, fue capaz de perdonarlos y ayudarlos con gran generosidad; no se diga el ejemplo de Jesús, que estando en la cruz dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). El perdón es una acción del hombre libre, que está dispuesto a amar hasta las últimas consecuencias y que no se deja vencer por la tentación del odio y el rencor. Así como todos queremos que nos perdonen cuando hemos fallado, también nosotros debemos estar dispuestos a perdonar a quien nos ha ofendido.


5.       CONSOLAR AL TRISTE.

Todos necesitamos del consuelo cuando nos sentimos tristes, desamparados o deprimidos. Consolar en una obra de misericordia que da aliento, fortaleza, esperanza, ánimo o apoyo a la persona que lo necesita. El consuelo es un acto de solidaridad con la persona que sufre, y puede tratarse de una visita, de una palabra de aliento, de una carta o mensaje positivo, en fin, de un gesto que hace sentir a la persona de que no está sola, que no todo está perdido, de que hay esperanza, de que no todo es tiniebla o desolación. En los momentos de una enfermedad crítica, de la pérdida de un ser querido, después de un fracaso, de una derrota, de perder el empleo, etc., siempre es conveniente una actitud de consuelo de parte de los que rodean a la persona que se encuentra triste. Una de las bienaventuranzas dice: “Dichosos los afligidos, porque Dios los consolará” (Mt 5,4), pues es verdad que el Señor siempre nos consuela y reconforta, pero también lo hace a través de nosotros. Cada uno puede ser instrumento de la consolación de Dios para el que se encuentra triste y desconsolado. Una palabra, gesto o presencia de aliento, es un gran regalo en los momentos de aflicción.


6.       SUFRIR CON PACIENCIA LOS DEFECTOS DE LOS DEMÁS.

Quien conoce la condición humana sabe que no todo es virtud y cualidades en una persona, pues también tiene defectos o deficiencias de carácter, actitudes inmaduras o malos hábitos; por lo tanto esta obra de misericordia nos lleva a aceptar y tolerar con paciencia los defectos de los otros. Quien reconoce los propios defectos y lo difícil que es superarlos, puede entender a las otras personas que también cargan con sus defectos, muchos de ellos no aceptados ni por ellos mismos. Nos dice San Pablo que “el amor es paciente y bondadoso… no se irrita ni es rencoroso… todo lo disculpa… todo lo soporta” (1 Cor 13,4.5.7), por ello, para sufrir con paciencia los defectos de los demás, se requiere una buena dosis de amor fraterno, de comprensión y tolerancia. Es verdad que muchas veces no soportamos ciertos defectos de los otros, que posiblemente nos estén reflejando nuestros propios defectos como, por ejemplo, un impuntual que no soporta la impuntualidad de los otros. Soportar pacientemente los defectos de los otros, no es una  actitud pasiva, derrotista o masoquista; ni tampoco significa que se aplaudan los defectos ajenos, sino que es un compromiso de amor fraterno de aceptar al otro como es, no sólo con sus virtudes, sino también con sus defectos. Esto no impide que también ayudemos y animemos a los demás a corregir sus defectos, de la misma forma como nosotros estemos esforzándonos por corregir los propios, pero el sugerirlo tendrá siempre que ir acompañado de una actitud de comprensión, amabilidad, humildad y misericordia.


7.       ROGAR A DIOS POR VIVOS Y DIFUNTOS.

Orar por los vivos y los difuntos, como obra de misericordia, nos ayuda a abrir nuestro corazón a los demás y sus necesidades; nos hace sensibles a los otros y a poner nuestra confianza en la Providencia divina. La oración de intercesión es un acto de fe en que Dios siempre nos escucha y actúa en bien de las personas. Orar por los demás nos hace activos en la solidaridad con nuestros hermanos y nos fortalece en la comunión de los santos. El Papa Francisco, en ese sentido, nos ha enseñado sobre la importancia de pedir por los demás y de manera especial por él en su ministerio petrino, pues casi siempre termina diciendo “y no se olviden de pedir por mí”. La confianza en ese apoyo fraterno ante Dios nos hace caminar seguros y confiados en que el Señor nos acompaña y vendrá en nuestra ayuda, dándonos lo mejor que necesitamos, aún aquello que no hemos sabido pedir y que él sabe que lo requerimos. El pedir por los difuntos, además, nos abre a la fe en la vida eterna, de saber que “las almas de los justos están en las manos del Señor y no los alcanzará ningún tormento” (Sab 3,1), y como nos enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica de que “en virtud de la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia” (Compendio No. 211).Orar por los demás, vivos o difuntos, nos ayuda a practicar la misericordia con nuestros hermanos, en especial con quienes más lo necesitan.


Que en este Jubileo de la Misericordia, el Señor nos ayude a poner en práctica estas obras de misericordia, para poder llegar a ser “misericordiosos como el Padre”.

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