En este Año de la Misericordia, el Papa Francisco
nos ha invitado a reflexionar sobre las obras de misericordia corporales y
espirituales, pues “será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas
veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el
corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la
misericordia divina” (Misericordiae Vultus 15). Se trata, pues, de redescubrir
“las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber
al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos,
visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de
misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no
sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar
con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los
difuntos” (MV 15).
Estas catorce obras de misericordia “son acciones
caritativas mediante las cuales ayudamos
a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf Is 58,6-7;
Hb 13,3)” (Catecismo de la Iglesia Católica No. 2447). Todas son expresión de
la misericordia y nos ayudan a no quedarnos en buenas intenciones o en un
sentimentalismo estéril que no permite poner en práctica la compasión con el
hermano que sufre o nos necesita. Tal vez las obras de misericordia corporales
son más conocidas, pero no por eso mejor practicadas, aquí nos detendremos a
reflexionar en cada una de las obras de misericordia espirituales, que también
son importantes y que requieren de un corazón misericordioso para poder
practicarlas. El hecho de que se llamen “espirituales” no significa que no se
lleven a la acción, pues también requieren de un compromiso y, sobre todo, de
una actitud de misericordia para poder vivirlas. Algunas de ellas tal vez no
sean tan visibles, como el dar de comer al hambriento, pero también exigen
mucha disposición interior para realizarlas, como el perdonar las ofensas,
soportar con paciencia a las personas molestas, etc. Veamos, pues, de manera
sencilla cada una de ellas para disponernos a llevarlas a la práctica.
1. ENSEÑAR
AL QUE NO SABE.
Esta obra de misericordia busca desterrar la
ignorancia en las personas que no han tenido la oportunidad de prepararse o
formarse en algún aspecto importante de la vida, que puede ser en el ámbito
espiritual, moral, académico, de sentido común, etc. La persona puede estar
desorientada y necesitada de que alguien le ayude a superarse o tomar un mejor
camino en su vida. En el ámbito cultural, por ejemplo, muchas personas no saben
leer ni escribir, ni han tenido la oportunidad de tener una mayor instrucción
escolar, aspecto que les ha cerrado muchas oportunidades de superación y que
generalmente son las personas más pobres, es entonces cuando las personas que
han tenido una mayor preparación pueden ayudar a los demás a superarse en este
aspecto. Lo mismo podemos decir en un oficio, en una profesión, en algunas
situaciones de la vida social, familiar, etc. También en el ámbito de la fe
existe mucha ignorancia que ha llevado a las personas a cometer errores en su
vida, por ello quien ha conocido mejor la Palabra de Dios y las enseñanzas de
la Iglesia, puede enseñar este camino a quien lo desconoce para que pueda
conducir su vida por el sendero del Señor.
No se trata de pasar por sabihondos o superiores
que los demás, sino más de bien enseñar con una actitud de profunda humildad,
con prudencia y en una búsqueda sincera de ayudar a la otra persona, sin
humillarla ni subestimarla. Es preferible esperar a que la otra persona sea
quien pida la ayuda y disponerse a hacerlo sin búsqueda de recompensa o
gratificación, sino simplemente con la intención de hacerle un bien. Para
practicar esta obra de misericordia hay que tener paciencia y gastar tiempo en
este noble servicio.
2. DAR
BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA.
Dar un buen consejo no es tan fácil como parece,
pues no se trata simplemente de compartir mis puntos de vista o de imponer mi
opinión personal, sino de buscar sinceramente lo que es verdadero, bueno y
justo en la situación que se pretende iluminar. Abundan los malos consejos de
personas que no reflexionan suficientemente ni han aprendido a ser prudentes en
la vida, sino que dan irresponsablemente su opinión, sin mirar las
consecuencias ni fijarse si ello va a ayudar verdaderamente a la persona. Dar
un buen consejo es toda una responsabilidad, pues requiere de un discernimiento
y reflexión para mirar con mayor profundidad las situaciones de la vida. Es de
gran ayuda la luz de la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia en muchos
ámbitos de la vida, así como la opinión de autores serios o personas preparadas
en algún campo determinado.
Es importante también aquí, que sea la persona
quien se acerque a pedir el consejo, pero cuando se crea prudente, también es
conveniente acercarse con humildad para evitarle a la otra persona un posible
tropiezo, fracaso o caída. En el ámbito de la fe, un buen consejo ayuda para
encaminar nuestros pasos por el camino de la salvación y evitar desviarse del
camino del Señor. No se trata de quedar bien con las personas, diciéndoles
aquello que quieren escuchar, sino de ayudarlas a mirar con más claridad
aquella decisión que quieren tomar o aquel aspecto de la vida en el que
pretenden mejorar.
3. CORREGIR
AL QUE YERRA.
En esta obra de misericordia es conveniente evitar
las actitudes perfeccionistas, soberbias e intolerantes, pues no se trata de
andar corrigiendo a todos por todo, como si uno fuera perfecto, sino de ayudar
al hermano a corregir aquel error, sobre todo en el ámbito moral, que no le
está permitiendo vivir conforme al bien y a la voluntad de Dios. Es muy fácil
ver la “paja en el ojo ajeno y no ver la viga” que llevamos en el nuestro, pues
quien así procede no mira su propio pecado sino sólo el del hermano; por ello
es importante actuar con misericordia, no espantándonos por el pecado ajeno,
sino con un deseo sincero de salvar al hermano, como nos dice la Carta de
Santiago en la Biblia “si alguno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo
convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su mal camino, salvará su
vida de la muerte y obtendrá el perdón de muchos pecados” (Sant 5,19-20). La
corrección fraterna siempre es necesaria para vivir conforme a la bondad y al
amor, pero requiere de actitudes de humildad, prudencia, amabilidad,
asertividad, paciencia, etc. Incluso, muchas veces la prudencia nos aconsejará
posponer la corrección para no provocar en la otra persona el efecto contrario,
es decir, que se encapriche o se aferre a su mal camino. De parte de quien es
corregido se requiere también de una actitud de humildad para dejarse orientar
y corregir.
4. PERDONAR
LAS INJURIAS.
Uno de los desafíos de nuestra vida cristiana es
conceder el perdón a quien nos ha ofendido. Es interesante descubrir que el
perdonar las injurias es una de las obras de misericordia espirituales, pues no
cabe duda que sólo un corazón misericordioso es capaz de perdonar. El perdón
nos hace reflejar también la misericordia de Dios; si Dios es misericordioso
para perdonarnos siempre, también nosotros estamos llamados a perdonar a quien nos
ha herido, lastimado o hecho algún mal. En la Biblia encontramos múltiples
ejemplos de personajes que tuvieron que perdonar a su prójimo, como el caso de
José, quien fue vendido por sus hermanos y fue llevado a Egipto donde llegó a
convertirse en el primer ministro del Faraón, y a pesar de la ofensa tan grande
que le hicieron sus hermanos, fue capaz de perdonarlos y ayudarlos con gran
generosidad; no se diga el ejemplo de Jesús, que estando en la cruz dijo:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). El perdón es una
acción del hombre libre, que está dispuesto a amar hasta las últimas
consecuencias y que no se deja vencer por la tentación del odio y el rencor.
Así como todos queremos que nos perdonen cuando hemos fallado, también nosotros
debemos estar dispuestos a perdonar a quien nos ha ofendido.
5. CONSOLAR
AL TRISTE.
Todos necesitamos del consuelo cuando nos sentimos
tristes, desamparados o deprimidos. Consolar en una obra de misericordia que da
aliento, fortaleza, esperanza, ánimo o apoyo a la persona que lo necesita. El
consuelo es un acto de solidaridad con la persona que sufre, y puede tratarse
de una visita, de una palabra de aliento, de una carta o mensaje positivo, en
fin, de un gesto que hace sentir a la persona de que no está sola, que no todo
está perdido, de que hay esperanza, de que no todo es tiniebla o desolación. En
los momentos de una enfermedad crítica, de la pérdida de un ser querido,
después de un fracaso, de una derrota, de perder el empleo, etc., siempre es
conveniente una actitud de consuelo de parte de los que rodean a la persona que
se encuentra triste. Una de las bienaventuranzas dice: “Dichosos los afligidos,
porque Dios los consolará” (Mt 5,4), pues es verdad que el Señor siempre nos
consuela y reconforta, pero también lo hace a través de nosotros. Cada uno
puede ser instrumento de la consolación de Dios para el que se encuentra triste
y desconsolado. Una palabra, gesto o presencia de aliento, es un gran regalo en
los momentos de aflicción.
6. SUFRIR
CON PACIENCIA LOS DEFECTOS DE LOS DEMÁS.
Quien conoce la condición humana sabe que no todo
es virtud y cualidades en una persona, pues también tiene defectos o
deficiencias de carácter, actitudes inmaduras o malos hábitos; por lo tanto
esta obra de misericordia nos lleva a aceptar y tolerar con paciencia los
defectos de los otros. Quien reconoce los propios defectos y lo difícil que es
superarlos, puede entender a las otras personas que también cargan con sus
defectos, muchos de ellos no aceptados ni por ellos mismos. Nos dice San Pablo
que “el amor es paciente y bondadoso… no se irrita ni es rencoroso… todo lo
disculpa… todo lo soporta” (1 Cor 13,4.5.7), por ello, para sufrir con
paciencia los defectos de los demás, se requiere una buena dosis de amor
fraterno, de comprensión y tolerancia. Es verdad que muchas veces no soportamos
ciertos defectos de los otros, que posiblemente nos estén reflejando nuestros
propios defectos como, por ejemplo, un impuntual que no soporta la
impuntualidad de los otros. Soportar pacientemente los defectos de los otros,
no es una actitud pasiva, derrotista o
masoquista; ni tampoco significa que se aplaudan los defectos ajenos, sino que
es un compromiso de amor fraterno de aceptar al otro como es, no sólo con sus
virtudes, sino también con sus defectos. Esto no impide que también ayudemos y
animemos a los demás a corregir sus defectos, de la misma forma como nosotros
estemos esforzándonos por corregir los propios, pero el sugerirlo tendrá
siempre que ir acompañado de una actitud de comprensión, amabilidad, humildad y
misericordia.
7. ROGAR
A DIOS POR VIVOS Y DIFUNTOS.
Orar por los vivos y los difuntos, como obra de
misericordia, nos ayuda a abrir nuestro corazón a los demás y sus necesidades;
nos hace sensibles a los otros y a poner nuestra confianza en la Providencia
divina. La oración de intercesión es un acto de fe en que Dios siempre nos
escucha y actúa en bien de las personas. Orar por los demás nos hace activos en
la solidaridad con nuestros hermanos y nos fortalece en la comunión de los
santos. El Papa Francisco, en ese sentido, nos ha enseñado sobre la importancia
de pedir por los demás y de manera especial por él en su ministerio petrino,
pues casi siempre termina diciendo “y no se olviden de pedir por mí”. La
confianza en ese apoyo fraterno ante Dios nos hace caminar seguros y confiados
en que el Señor nos acompaña y vendrá en nuestra ayuda, dándonos lo mejor que
necesitamos, aún aquello que no hemos sabido pedir y que él sabe que lo
requerimos. El pedir por los difuntos, además, nos abre a la fe en la vida
eterna, de saber que “las almas de los justos están en las manos del Señor y no
los alcanzará ningún tormento” (Sab 3,1), y como nos enseña el Compendio del
Catecismo de la Iglesia Católica de que “en virtud de la comunión de los
santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas
del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el
sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de
penitencia” (Compendio No. 211).Orar por los demás, vivos o difuntos, nos ayuda
a practicar la misericordia con nuestros hermanos, en especial con quienes más
lo necesitan.
Que en este Jubileo de la Misericordia, el Señor
nos ayude a poner en práctica estas obras de misericordia, para poder llegar a
ser “misericordiosos como el Padre”.
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