En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: "¡Señor,
Señor"!, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad
de mi Padre, que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: "¡Señor,
Señor!, ¿no hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en
tu nombre, muchos milagros?" Entonces yo les diré en su cara: "Nunca
los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal".
El que escucha
estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que
edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se
desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque
estaba construida sobre roca.
El que escucha
estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre
imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las
crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron
completamente».
Cuando Jesús
terminó de hablar, la gente quedó asombrada de su doctrina, porque les enseñaba
como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Reflexión
Jesús concluye
esta gran catequesis sobre la vida cristiana con la invitación a vivirla. No se
trata de ser "oyentes" de la palabra de Dios, sino actores; se trata,
pues, de ponerla en práctica.
El hacer
milagros, sanar personas, expulsar demonios, no es un signo de pertenencia a
Jesús; estos signos pueden ser hechos también por obra del maligno. Por ello,
no basta decir: "¡Señor, Señor!", sino vivir de acuerdo al Evangelio.
Quien se dedica sólo a "escuchar" la palabra de Dios, y no hace un
verdadero esfuerzo por vivirla, termina con una vida destrozada. En cambio,
quien toma el camino angosto y entra por la puerta estrecha que conducen a la
vida, encontrará que su vida se construye en la paz y la armonía interior.
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