Cuántas cosas
grandes que se han hecho para Dios tuvieron inicios pequeños y humildes! Desde
congregaciones religiosas que empezaron como grupos minúsculos, como los
Jesuitas, con Ignacio de Loyola y sus seis compañeros, hasta la evangelización
de México, que inició con pocos frailes y otros misioneros que tuvieron que
enfrentar la violencia desenfrenada de los conquistadores y colonizadores,
muchas empresas grandes empezaron como semillas humildes que apenas merecieron
la atención del mundo. La misma regla se aplica hoy. Cuando queremos contribuir
a la construcción de nuestros barrios desordenados o enfrentar el desafío de la
injusticia y violencia en nuestra nación o cambiar nuestras vidas, no debemos
dejarnos desalentar por la pequeñez y humildad de nuestros esfuerzos. Lo que
importa es que, por medio de la oración y el discernimiento, logramos percibir
el poder de Dios y trabajar con él.
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