EN COMUNICACIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20241027

«Que todo hombre que sabe que las
tinieblas hacen de él un ciego... grite desde el fondo de su ser: Jesús, hijo
de David, ten misericordia de mí. Pero escucha también lo que sigue a los
gritos del ciego: los que iban delante lo regañaban para que se callara.
¿Quiénes son estos? Ellos están ahí para representar los deseos de nuestra
condición humana en este mundo, los que nos arrastran a la confusión, los
vicios del hombre y el temor, que, con el deseo de impedir nuestro encuentro
con Jesús, perturban nuestras mentes mediante la siembra de la tentación y
quieren acallar la voz de nuestro corazón en la oración. En efecto, suele
ocurrir con frecuencia que nuestro deseo de volver de nuevo a Dios... nuestro
esfuerzo de alejar nuestros pecados por la oración se ven frustrados por estos:
la vigilancia de nuestro espíritu se relaja al entrar en contacto con ellos,
llenan de confusión nuestro corazón y ahogan el grito de nuestra oración...
¿Qué hizo entonces el ciego para recibir luz a pesar de los obstáculos? Él gritó
más fuerte: Hijo de David, ¡ten compasión de mí! Ciertamente, cuanto más nos
agobie el desorden de nuestros deseos... más debemos insistir con nuestra
oración... cuanto más nublada esté la voz de nuestro corazón, hay que insistir
con más fuerza, hasta dominar el desorden de los pensamientos que nos invaden y
llegar a oídos fieles del Señor. Creo, que cada uno se reconocerá en esta
imagen: en el momento en que nos esforzamos por desviarlos de nuestro corazón y
dirigirlos a Dios... suelen ser tan inoportunos y nos hacen tanta fuerza que
debemos combatirlos. Pero insistiendo vigorosamente en la oración, haremos que
Jesús se pare al pasar. Como dice el Evangelio: Jesús se detuvo y mandó que se
lo trajeran» (San Gregorio Magno [C.5406041 640 Papa de la Iglesia. Homilías
sobre el Evangelio, 2).
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