Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con
ellos, y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: "¿Qué
deseas?". Ella respondió: "Concédeme que estos dos hijos míos se
sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino". Pero
Jesús replicó: "No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que
yo he de beber?". Ellos contestaron: "Sí podemos". Y Él les
dijo: "Beberán el cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi
izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene
reservado".
Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos
hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ya saben que los jefes de los
pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre
ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el
que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de
todos".
Reflexión
Una de las imperfecciones que causan mucho retraso en la vida
espiritual y que se mezclan de manera muy sutil en nuestra vida, es la envidia.
Es increíble que, aún como cristianos, no sepamos alegrarnos de los
bienes y de las bendiciones que reciben nuestros hermanos, sino que, en
ocasiones, incluso sentimos hasta coraje de que Dios los haya bendecido. Y esto
no sólo en el plano económico sino, como nos lo presenta hoy el Evangelio, en
el ámbito social, que se extiende al religioso. Esto, como nos lo dice Jesús,
es entendible que se presente entre los paganos, en los que no están llenos del
amor de Dios pero ¿en nosotros? lógicamente esto genera críticas y enemistades.
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