El Nuevo Testamento [1]
«La palabra de Dios, que es
fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su
fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad
definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de
Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así
como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. DV 20).
Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras
«por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha
carne, nuestro Salvador» (DV 18).
En la formación de
los evangelios se pueden distinguir tres etapas:
1. La vida y la enseñanza de Jesús.
La Iglesia mantiene firmemente que los cuatro evangelios, «cuya historicidad
afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo
entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el
día en que fue levantado al cielo».
2. La tradición oral. «Los
apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus
oyentes lo que Él había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que
ellos gozaban, instruidos y guiados por los acontecimientos gloriosos de Cristo
y por la luz del Espíritu de verdad».
3. Los evangelios escritos. «Los
autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de
las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras,
o explicándolas atendiendo a la situación de las Iglesias, conservando por fin
la forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad
sincera acerca de Jesús» (DV 19).
El Evangelio
cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la
veneración de que lo rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha
ejercido en todo tiempo sobre los santos:
«No hay ninguna doctrina que sea
mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del Evangelio. Ved y retened
lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y
realizado mediante sus obras» (Santa Cesárea Joven, Epistula ad
Richildam et Radegundem: SC 345, 480).
«Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones;
en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro
siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos (Santa Teresa del Niño
Jesús, Manuscritos
autobiográficos, París 1922, p. 268).
[1] Cf CEC 124-127
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