Sed perfectos como Mi Padre Celestial es perfecto
(Mt, 5, 48)
Respondiendo fielmente al llamado de Dios, siendo modelos de
conducta, podemos llegar a la santidad
Por: Cristiandad.org
| Fuente: Cristiandad.org
A lo largo de la
historia de la cristiandad, han existido personas excepcionales en las que
especialmente posamos nuestra atención en la actualidad para ser guiados por
ellos, para pedirles ayuda, intercesión, esclarecimiento. Por ser modelos
perfectos de acción en alguno o todos los campos de su vida, por haber
respondido fielmente al llamado que Dios hace a cada uno de sus hijos,
siguiendo el camino que Jesús nos mostró durante su paso por la tierra, se
convirtieron en hijos dignos de ser llamados cristianos, por encarnar en sí las
virtudes y cualidades de Aquel a quien amaban y deseaban seguir.
En el primer
capítulo, primer párrafo de "La Imitación de Cristo" de Tomás
Hemerkem de Kempis, leemos la siguiente reflexión: "El que me sigue no
anda en tinieblas. Son palabras de Cristo que nos exhortan a imitar su vida y
costumbres, si queremos ser de veras iluminados y vernos libres de toda
ceguedad del corazón". Así comienza un libro que nos va guiando por el
camino de ir despojándonos de nosotros mismos y asemejándonos cada vez más al
Señor, y así es como han actuado esas resplandecientes almas de las que venimos
hablando.
Pero de pobre forma
estaríamos ilustrando al lector sobre esas grandes personas si no explicamos un
poco más sobre la forma en que la Iglesia se forma un juicio a la hora de
proponernos a cada una de ellas como un modelo a seguir.
Se puede entender la
denominación de "santo" en tres sentidos: 1. Todo aquel que está en
el Cielo, ya que participa de la visión beatífica del Señor y está confirmado
en la gracia, 2. Todos los cristianos que están en gracia de Dios participan de
la Su santidad, y por eso San Pablo usa la Palabra "santos" para
referirse a los fieles (2 Cor. 13,12; Ef. 1,1), ya que por el bautismo somos
liberados del pecado e injertados en Cristo, que es Dios, el Santo de los
Santos. Y 3. Aquellos que son reconocidos por la Iglesia y se presentan como
modelos de conducta e intercesores ante Dios.
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