JESÚS, BAUTIZADO EN EL JORDÁN
La práctica bautismal era frecuente en algunas sectas
judías. Era una más entre las distintas formas de purificación que solían
emplearse. El bautismo que Juan impartía no tenía únicamente un valor de
purificación ritual, sino también de anuncio y preparación a la manifestación
del Mesías, y al bautismo en el Espíritu Santo que Él establecería.
Jesús tuvo que insistir para que Juan Bautista aceptara
bautizarlo también a Él. Decía el Precursor: " ¡Pero si soy yo el que
tiene necesidad de ser bautizado!" Jesús, no obstante, impuso la propia
resolución, diciéndole a su Precursor: "Tú deja que ahora sean así las
cosas, pues conviene que así cumplamos todo lo que es justo".
Jesús dio un ejemplo de la actitud penitencial y de limpieza
interior con que debemos acoger el don de la Redención y con que hemos de
disponernos a cada sacramento.
El agrado del Padre celestial, en ocasión del bautismo de
Jesús, no se hizo esperar.
Se manifestó con la voz que escucharon todos los
circunstantes: "Éste es mi Hijo muy amado en quien tengo mis
complacencias" (Mt 3, 17). También el Espíritu Santo se hizo manifiesto,
bajo la forma de una paloma que se dirigió hacia Jesús.
La Redención sigue cumpliéndose, en la medida en que nos
disponemos a corresponder al sacrificio redentor que Jesucristo ofreció por
nosotros. Aprovechemos todos los medios de gracia que Él ha instituido para
participarnos la vida divina. Valoremos el bautismo que hemos recibido, y
frecuentemos los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.
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