jueves, 3 de noviembre de 2022

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 220221106

 



«Nuestro Señor y Maestro, en la respuesta que dio a los saduceos, que niegan la resurrección, y que además afrentaban a Dios violando la ley, confirma la realidad de la resurrección y depone en favor de Dios, diciéndoles: Y acerca de la resurrección de los muertos, ... Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Y añadió: No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos. Con estas palabras manifestó que el que habló a Moisés desde la zarza y declaró ser el Dios de los padres, es el Dios de los vivos. Y ¿quién es el Dios de los vivos sino el único Dios, por encima del cual no existe otro Dios? Es el mismo Dios anunciado por el profeta Daniel, cuando al decirle Cito, el persa: ¿Por qué no adoras a Baal?, le respondió: Yo adoro al Señor, mi Dios, que es el Dios vivo. Así que el Dios vivo adorado por los profetas es el Dios de los vivos, y lo es también su Palabra, que habló a Moisés, que refutó a los saduceos, que nos hizo el don de la resurrección, mostrando a los que estaban ciegos estas dos verdades fundamentales: la resurrección y Dios. Si Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, y, no obstante, es llamado Dios de los padres que ya murieron, es indudable que están vivos para Dios y no perecieron: son hijos de Dios, porque participan de la resurrección. Y la resurrección es nuestro Señor en persona, como él mismo afirmó: Yo soy la resurrección y la vida. Y los padres son sus hijos; ya lo dijo el profeta: A cambio de tus padres tendrás hijos. Así pues, el mismo Cristo es juntamente con el Padre el Dios de los vivos, que habló a Moisés y se manifestó a los padres» (San Ireneo de Lyon [e. 673-735]. Contra las herejías. Libro 4, 5, 2 - 6, 4).

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