martes, 5 de marzo de 2024

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240310

 


«Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. Muchos de los más deshonestos, abusando de ¡a bondad de Dios para con el género humano, a fin de cometer más pecados y sumergirse cada vez más en la pereza, hacen razonamientos como el que sigue: el infierno no existe, no hay castigos. Dios nos perdona todos los pecados. Mirad cómo los hace callar un sabio: No digáis: su misericordia es inmensa y perdonará la muchedumbre de mis pecados. Tiene piedad e ira, pero hada los pecadores sólo siente desdén. Y luego: Grande es su misericordia y grandes también sus castigos. Pero -me preguntaréis- ¿dónde queda su bondad hacia los hombres, si recibimos el castigo que por nuestros pecados merecemos? Por lo que hace a que recibiremos lo que hayamos merecido, escuchadlo que dicen el profeta y san Pablo: Das a cada uno según sus obras. Y: dará a cada uno según su obrar. A pesar de lo cual es evidente que la misericordia de Dios hacia los hombres es grande, por lo que sigue: al dividir nuestra existencia en dos épocas, la presente y la futura, una de ellas reservada a las luchas y pruebas y la otra a la recompensa, demostró Dios una inmensa bondad para con nosotros. ¿Cómo es ello? Porque después de haber cometido muchos y graves pecados y de haber manchado nuestra alma con multitud de delitos desde nuestra juventud hasta el final de la vida, nos ha concedido el perdón mediante el baño de la regeneración, otorgándonos a la par con él la justicia y la santidad. Y preguntaréis: ¿Qué pasa con quien, habiendo tenido la gracia de participar en los misterios desde su primera juventud, recae luego en el pecado? Le está reservado un castigo aún más grave»

(San Juan Crisóstomo [c.347-407]. Homilía 28,1. Evangelio de san Juan).

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