Cuando somos víctimas del mal experimentamos dolor y
sufrimiento. Esa desastrosa experiencia agrieta nuestra confianza, resquebraja
nuestras convicciones. Por esa razón escasean las personas congruentes con sus
ideales y creencias. El temor al fracaso, al rechazo o a una muerte dolorosa
explica la tibieza espiritual de tantos bautizados. Los verdaderos mártires
testimonian con su vida el tamaño de su esperanza. En la historia de la Iglesia
encontramos numerosas personas, hombres y mujeres que conformaron su vida con
la de Cristo Jesús. La Pasión del Señor Jesucristo se nos presenta como un
camino viable para enfrentar los reveses de la vida. Jesús entendió que la
entrega de su existencia garantizaría el despunte y la plenitud reinado de
Dios. Cuando lo asimiló se decidió a beber el cáliz de su dolorosa pasión.
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