En un mundo marcado por el consumismo, el materialismo y el
capitalismo rampante, la gratuidad no se entiende. Para nuestro mundo, sólo lo
que tiene un precio posee valor. Cuando encontramos cosas que no muestran una
etiqueta de precio, creemos automáticamente que no valen nada y que podemos
ignorarlas o hasta desperdiciarlas. Esta actitud es completamente equivocada.
Las cosas que no se pueden comprar son precisamente las que tienen el valor más
grande. ¿Cómo podríamos vivir sin el aire o la luz del sol, o el amor
incondicional que exhibe el padre en la parábola del hijo pródigo? La Cuaresma
es una oportunidad de comprobar nuestra actitud hacia la gratuidad. Recordemos
todos esos momentos cuando los demás nos han tratado bien sin pedirnos nada.
Practiquemos la gratuidad hacia nuestros vecinos para que percibamos su gran
valor.
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