Remar Mar Adentro, pretende, como laicos comprometidos, presentar temas de reflexión para vivir el reino de Dios; levantando las anclas en una tarea asumida generosamente. Ricardo Huante Magaña
viernes, 14 de febrero de 2025
EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250216
«Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron
ejemplo de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro,
dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de
peces a pescadores de hombres y lograron, además, que muchos otros, imitando su
fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la
Iglesia, al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola
alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron
con bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los
apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo. Por
eso, el bienaventurado apóstol Pedro, cuando, al subir al templo, se encontró
con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo: "No tengo plata ni oro, te
doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar". ¿Qué cosa más
sublime podría encontrarse que esta humildad? ¿Qué más rico que esta pobreza?
No tiene la ayuda del dinero, pero posee los dones de la naturaleza. Al que su
madre dio a luz deforme, la palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar
la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna,
le dio, en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud. Y este tesoro
enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos
cinco mil hombres que, ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación
de Pedro. Así, aquel pobre apóstol, que no tenía nada que dar al que le pedía
limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios que dio no sólo el
vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma a aquella ingente
multitud de creyentes, a los cuales había encontrado sin fuerzas y que ahora
podían ya andar ligeros siguiendo a Cristo» (San León Magno. 450 Papa de la
Iglesia [c. 390-4611. Sermón 95, 2-3).
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