lunes, 3 de febrero de 2025

 


EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA
 
«Como el Padre, que es Dios, me ha enviado a mí que soy Dios, así también yo, que soy hombre, os envío a vosotros, que sois hombres. El Padre envió al Hijo y determinó que se encarnara para la redención del género humano. Quiso ciertamente que viniera al mundo a padecer, y sin embargo amó al Hijo a quien mandó a la pasión. Asimismo, a los apóstoles, que él eligió, el Señor los envió al mundo no a gozar, sino -como él mismo fue enviado- a padecen Así como el Hijo es amado por el Padre y no obstante es enviado a padecer, de igual modo los discípulos son amados por el Señor y, sin embargo, son enviados al mundo a padecer. Por eso dice: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; esto es, cuando yo os envío al torbellino de las persecuciones, los estoy amando con el mismo amor con que el Padre me ama, quien, no obstante, me hizo venir a soportar los tormentos. La palabra "enviar" puede entenderse también de su naturaleza divina. En efecto, se dice que el Hijo es enviado por el Padre, en cuanto que es engendrado por el Padre. En el mismo orden de cosas, el mismo Hijo nos habla de enviarnos el Espíritu Santo que, siendo igual al Padre y al Hijo, sin embargo, no se encarnó. Dice en efecto: Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre. Si, pues, debiéramos interpretar la palabra "enviar" únicamente en el sentido de "encarnarse", en modo alguno podría decirse del Espíritu Santo que sería "enviado", ya que nunca se encarnó. Su misión se identifica con la procesión, por la que procede del Padre y del Hijo. Por tanto, así como se dice del Espíritu que será enviado porque procede, así también se dice correctamente del Hijo que es enviado, en el sentido de que es engendrado» (San Gregorio Magno [c. 540-6041. 640 Sucesor de san Pedro. Homilía 26 sobre los Evangelios 1-2).
 

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