«Un discípulo no es más que
su maestro. Y si ocurriera alguna vez que algunos discípulos hicieran tales
progresos, que llegaran a equipararse en mérito a sus antecesores, incluso
entonces deben permanecer dentro de los límites de la modestia de los maestros
y convertirse en sus imitadores. Es lo que atestiguará Pablo, diciendo: Sed mis
imitadores... Por lo tanto, si el maestro se abstiene de juzgar, ¿por qué tú
dictas sentencia? No vino efectivamente a juzgar al mundo, sino para usar con
él de misericordia. Cuyo sentido es éste: si yo -dice- no juzgo, no juzgues tú
tampoco, siendo como eres discípulo. Y si por añadidura, eres más culpable que
aquel a quien juzgas, ¿cómo no se te caerá la cara de vergüenza? El Señor
aclara esto mismo con otra comparación. Dice: ¿Por qué te fijas en la paja que
tiene tu hermano en el ojo? Con silogismos que no tienen vuelta de hoja trata
de persuadirnos de que nos abstengamos de juzgar a los demás; examinemos más
bien nuestros corazones y tratemos de expulsar las pasiones que anidan en
ellos, implorando el auxilio divino. El Señor sana los corazones destrozados y
nos libra de las dolencias del alma. Si tú pecas más y más gravemente que los
demás, ¿por qué les reprochas sus pecados, echando al olvido los tuyos? Así
pues, este mandato es necesariamente provechoso para todo el que desee vivir
piadosamente, pero lo es sobre todo para quienes han recibido el encargo de
instruir a los demás. Y si fueren buenos y capaces, presentándose a sí mismos
como modelos de la vida evangélica, entonces sí que podrán reprender con
libertad a quienes no quieren imitar su conducta, como a quienes, adhiriéndose
a sus maestros, no dan muestras de un comportamiento religioso» (San Cirilo de
Alejandría [372/375-4441. Evangelio de san lucas VI).
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