UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO
En una época en que
muchas personas terminan volviéndose célebres y famosas por sus logros
económicos, deportivos o de cualquier otro género, los cristianos recibimos en
este Evangelio (Juan: 15, 1-8) un llamado a la responsabilidad y la modestia.
El discurso sobre la verdadera vid no fomenta el protagonismo ni tampoco la
pasividad. Es necesario reconocerse siembra y edificio del Padre. Él es quien
hace crecer y fructificar su obra. De ahí que no caben ni actitudes de soberbia,
protagonismo, ni culto a la personalidad. Quienes tienen conciencia de su
condición de hijos regenerados por el amor del Padre, viven en actitud de
humildad y sencillez. Las posturas principescas y mesiánicas solamente
desfiguran el rostro de la Iglesia. Bien lo dice el discurso de la vid: es
necesario permanecer con él para dar fruto.
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