En nuestro país y en nuestra iglesia hemos conocido altas y
bajas. La Nación azteca, La Nueva España y México han sido proyectos y sueños
que han animado nuestra historia nacional. Como Iglesia evangelizadora,
defensora de los indígenas, formadora de instituciones y de una oferta
espiritual también hemos tenido diversas vocaciones que cumplir. Ahora no estamos
exentos de cuestionamientos ni de momentos de verdadera confusión. El inicio
del siglo XXI se nos ha ido complicando. Tomando el impulso que nos regalan las
lecturas, necesitamos reavivar nuestra certeza: Dios se interesa por nosotros
y. además, nos asiste. Desde esa certidumbre creyente, cada quien sabrá cómo
reconocer sus mezquindades como ciudadano y como bautizado y asumir de mejor
manera sus compromisos a fin de documentar nuestra vocación: ser señal de
salvación para los demás.
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