Estas dos
lecturas (Samuel: 1, 20-22.24-28 Lucas:
2, 41-52) sacuden nuestra conciencia cristiana en la medida que someten a
revisión nuestra forma de vivir la fe. Tanto la familia de Samuel, como la
familia del pequeño Jesús, habían aprendido a organizar su vida conforme al
dinamismo de su fe religiosa. Sus alegrías y penas, sus ansias y triunfos los
conectaban de manera sensata con el amor de Dios. La fe siempre estaba en
contacto estrecho con la vida. Ni la doble moral, ni la discrecionalidad o la
conveniencia, habían afectado para mal la vida de aquellos creyentes. La
lección que de aquí resulta es que la vivencia genuina de la fe no produce
personas fragmentadas, sino integras. La fe dinamiza todos los ámbitos de la
existencia, humanizándonos, llenándonos de esperanza, empujándonos a vivir la
vida de manera más generosa y solidaria con los predilectos de Dios: los más
indefensos y vulnerables.
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