Si revisamos el
ideario, las promesas de los gobernantes que recién han comenzado a ocuparse de
la vida pública del país y lo contrastamos con los primeros cien días de
gobierno, podremos encontrar sorpresas gratas y algunos desencantos. Tal como
señala el Evangelio, el ser humano, en general, y los políticos, en particular,
aprendemos a mirar con lupa microscópica la conducta del adversario, con el fin
de obtener alguna ventaja; por otro lado, nos volvemos personas
autocomplacientes a la hora de revisar nuestro propio proceder. La misma
conducta se suele valorar como exceso y frivolidad cuando se trata de la vida
del adversario político; mientras que es apenas un gusto legítimo cuando se
trata del compañero de partido. La congruencia y austeridad exigida a terceras
personas, escasea en casa propia. Los profesionistas, los políticos, los
cónyuges se conocen por sus acciones y actitudes y no por sus discursos. La
incongruencia ajena jamás podrá justificar nuestra doble moral.
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