La parábola del
padre compasivo no tiene desperdicio. Mucho menos ahora que las migraciones, el
aumento de personas expulsadas de su lugar de origen debido a la inseguridad,
el crimen organizado y la pobreza extrema sigue haciéndose visible en nuestro
país. El Dios vivo se nos ha manifestado en la persona de Jesucristo como padre
amoroso. No es la indiferencia, la lejanía, ni la insensibilidad lo
característico de Dios. En todo caso, esas actitudes egoístas, como bien afirma
el Papa Francisco, son los efectos colaterales de la globalización. La
frecuencia y la generalización de la violencia, la migración y la falta de
oportunidades, en realidad son los rostros del hijo pródigo que pasa delante de
nuestra casa, esperando que mostremos la solidaridad y la compasión. Quienes
tenemos memoria de lo generoso que ha sido Dios con nosotros, nos alegramos de
encontrar oportunidades de mostrar nuestra gratitud, favoreciendo a los
necesitados.
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