La pandemia del
coronavirus nos ha permitido entender dolorosamente que no podemos
desvincularnos de los demás. Tampoco podemos soñar con que los adelantos
tecnológicos nos permitirán ser inmortales. Nuestra soberbia ha sido
pulverizada en unos cuantos días. Somos barro y al barro volveremos a pesar de
nuestros sueños de grandeza. Los héroes anónimos que en los hospitales siguen
exponiendo su vida para ayudar a los enfermos intubados, a todos los que no
consiguen respirar, nos permiten reafirmar la verdad última que nos revela este
pasaje evangélico: "el que pierda su vida la encontrará..., el que quiera
salvar su vida, la perderá". Extraña paradoja que esconde y desvela el
misterio esencial de la vida cristiana.
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