Cuando padecemos estilos autocráticos y
unipersonales de ejercer el poder necesitamos volver la mirada a este relato
evangélico. Los discípulos de Jesús no podemos rendir culto ciego a quienes se
ostentan como intérpretes iluminados y exclusivos de un camino único. Ni en los
asuntos públicos ni en las cuestiones eclesiales caben las posturas impregnadas
de superioridad moral. La corresponsabilidad, la comunión, el espíritu
democrático son valores que no pueden quedar subordinados a ningún proyecto
político o espiritual por más valioso que parezca. Estos excesos resultan
insoportables y nuestra cultura ya no tolera la concentración de poder en manos
de una persona. Los abusos de autoridad son contrarios al espíritu del
Evangelio. El apóstol Pedro y cuantos ejercen un ministerio de dirección en la
Iglesia, no recibieron un premio, ni un privilegio, sino una vocación para
servir a los hermanos con la transparencia y sencillez que Jesús sirvió a los
suyos.
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