Hubo un tiempo
cuando se creía que sólo los sacerdotes, los monjes y las religiosas tenían una
vocación. Únicamente ellos eran llamados por Dios a seguir una cierta forma de
vida. cumplir con una misión específica y ser símbolos de Dios en el mundo.
Pero ese tiempo ya ha pasado. Ahora reconocemos que todos los bautizados tienen
una vocación. Todos están llamados, como escribió el Concilio Vaticano II, a la
santidad, que no es una fría pureza aislada de la vida real sino el estado de
ser como Dios mismo. Tal llamada se diversifica en el prisma de la existencia
humana, "en los múltiples géneros de vida y ocupaciones", pero
"cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva [...]
según los dones y funciones que le son propios" (Lumen gentium n. 41).
¡Todos somos Bartimeo!
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