miércoles, 9 de agosto de 2023

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20230813


 

«Entre tanto, la barca que lleva a los discípulos, esto es, la Iglesia, fluctúa y es sacudida por tempestades, es decir, las tentaciones. Y no cesa el viento contrario, el diablo que la combate y se esfuerza por impedir que llegue al descanso. Pero es mayor el que intercede por nosotros. Pues en esa fluctuación en que nos debatimos nos da confianza, viniendo a nosotros y confortándonos; lo único que se requiere es que, al vemos turbados en la barca, no salgamos de ella, arrojándonos al mar. Porque, aunque la barca fluctúe, es una barca: sólo ella lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Es cierto que peligra en el mar; pero sin ella la perdición es inmediata. Mantente, pues, en la barca y ruega a Dios. Cuando todas las decisiones resultan ineficaces, cuando es insuficiente el hábil manejo del timón y el mismo despliegue de las velas resulta más peligroso que útil; cuando tienen que prescindir de toda ayuda y fuerza humana, a los marineros sólo les queda la voluntad de rogar y elevar su voz a Dios. Por lo tanto, quien concede a los navegantes llegar al puerto, ¿va a abandonar a su Iglesia, de modo que no la conduzca a su descanso? Sin embargo, hermanos, la barca no sufre graves sacudidas, a no ser cuando se ausenta el Señor. Quien está dentro de la Iglesia ¿tiene ausente al Señor? ¿Cuándo tiene ausente al Señor? Cuando le vence alguna apetencia indebida. Pues así se entiende lo dicho en forma figurada en cierto pasaje de la Escritura: No se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo (Ef 4, 26-27). No se entiende de este sol, que tiene la supremacía entre los cuerpos celestes visibles y que podemos ver en común tanto nosotros como las bestias, sino de la luz que no ven sino los corazones puros de los fieles» (San Agustín [354-430]. Sermón 75).

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