«Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, su hermano, y los llevó a una
montaña alta donde les mostró su gloria. Porque, aunque hubiesen comprendido
que la majestad de Dios moraba en su persona, ignoraban, no obstante, que su
cuerpo, que servía de velo a su divinidad, participaba del poder de Dios. Por
esto, el Señor, había prometido claramente, pocos días antes, que algunos de
entre sus discípulos no verían la muerte antes de ver al Hijo del hombre venir
en poder, es decir, en el esplendor de su gloria que convenía especialmente a
su naturaleza humana que él había asumido... Esta Trasfiguración, en primer
lugar, tenía por finalidad alejar del corazón de los discípulos el escándalo de
la cruz, para que la humanidad de la pasión voluntariamente aceptada no turbara
la fe de aquellos que habrían visto la grandeza de la dignidad escondida. Pero,
por la misma previsión, la Trasfiguración establecía en la Iglesia de Jesús la
esperanza que la debía sostener, de manera que los miembros de Cristo
comprendieran el cambio que se habría de realizar un día en ellos, y que están
llamados a gozar de la gloria que habían visto en su cabeza, Cristo. Por esto,
el Señor mismo había dicho, hablando de la majestad de su venida: Entonces los
justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre (Mt 13, 43). Y el apóstol
afirma lo mismo cuando dijo: Porque estimo que los sufrimientos del tiempo
presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros
(Rm 8, 18). Y en otro lugar: Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta
con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también
vosotros apareceréis gloriosos con él (Col 3, 3-4)>> (San León Magno [¿?
- c. 461]. Sermones 51, 2-6).
No hay comentarios:
Publicar un comentario