EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240519

«Escuchemos las palabras del Señor en persona, que nos describe cuál es
la acción específica del Espíritu en nosotros; dice, en efecto: Muchas cosas me
quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Os conviene, por
lo tanto, que yo me vaya, porque, si me voy, os enviaré al Defensor. Y también:
Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros,
el Espíritu de la verdad. Él os guiará hasta la verdad plena. Esta pluralidad
de afirmaciones tiene por objeto darnos una mayor comprensión, ya que en ellas se
nos explica cuál sea la voluntad del que nos otorga su Don, y cuál la
naturaleza de este mismo Don: pues, ya que la debilidad de nuestra razón nos
hace incapaces de conocer al Padre y al Hijo y nos dificulta el creer en la
encarnación de Dios, el Don que es el Espíritu Santo, con su luz, nos ayuda a
penetrar en estas verdades. Al recibirlo, pues, se nos da un conocimiento más
profundo. Porque, del mismo modo que nuestro cuerpo natural, cuando se ve
privado de los estímulos adecuados, permanece inactivo (por ejemplo, los ojos,
privados de luz, los oídos, cuando falta el sonido, y el olfato, cuando no hay
ningún olor, no ejercen su fundón propia, no porque dejen de existir por la
falta de estímulo, sino porque necesitan este estímulo para aduar), así también
nuestra alma, si no recibe por la fe el Don que es el Espíritu, tendrá
ciertamente una naturaleza capaz de entenderá Dios, pero le faltará la luz para
llegar a ese conocimiento. El Don de Cristo está todo entero a nuestra
disposición y se halla en todas partes, pero se da a proporción del deseo y de
los méritos de cada uno. Este Don está con nosotros hasta el fin del mundo; él
es nuestro solaz en este tiempo de expectación» (San Hilario de Poitiers [c
310-368]. Tratado sobre la Trinidad. Libro 2, 1,33.35).
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