Ramiro Arteaga Alarcón.
Paz y Alegría.
Será un estudio muy intenso y profundo de manera suave a la vez, para ir asimilando está divina presencia, sin tratar de ser un estudio teológico, sino más bien doctrinal, apto para todo público.
Por mucho tiempo hemos ignorado al Espíritu Santo por sus pocas manifestaciones sensibles y, por lo mismo, muy poco perceptibles para la inmensa mayoría de los hombres.
Se conoce bastante bien al Padre, se le ama, se le adora. Por sus obras son palpables y están siempre presentes a nuestros ojos. La creación y orden del universo, el cielo, la riqueza de la tierra, etc . Dios Padre, Creador y Conservador de todo cuanto existe.
Conocemos a adoramos y amamos inmensamente también al Hijo de Dios, sus predicaciones, sus milagros o hechos milagrosos, el Cristo histórico: su nacimiento, vida, pasión y muerte; la cruz, los templos, las imágenes, el cotidiano sacrificio del altar o sea la Misa, la eucaristía (Comunión) que es la real y divina presencia, aunque invisible, en esta tierra, hace converger hacia El el culto de toda la Iglesia católica.
Pero con el Espíritu Santo ocurre muy diversamente las cosas, como dice San Basilio: "Todo cuanto las criaturas del cielo y de la tierra poseen en el orden de la naturaleza y en el de la gracia, proviene de El del modo más íntimo y espiritual". La santificación que actúa en nuestras almas y la vida sobrenatural que difunde por todas partes aunque no se vean es obra del Espíritu Santo. (Continuara)
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