domingo, 4 de septiembre de 2011

Dios sí, Iglesia no.



Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas
VER
Así decían unos carteles de manifestantes contra la visita del Papa en Madrid, durante la Jornada Mundial de la Juventud. Aceptan a Dios, pero no a quienes representan la institución llamada Iglesia. No sé qué tipo de dios sea el suyo, porque muchos inventan un dios a su medida, un dios que no les cuestione ni contradiga su forma de vivir, un dios según sus criterios, un dios que legitime hasta sus degradaciones. Y traen a colación siempre las incongruencias de nuestra Iglesia, en el pasado y en el presente, para rechazar su mediación para ser salvos.
Aunque no lo expresen en pancartas semejantes, muchos están convencidos de que así está bien: no niegan su fe en Dios y acuden a El sobre todo en momentos difíciles, pero acudir a su parroquia, solicitar sacramentos, ir a Misa los domingos, conocer y asimilar el Catecismo de la Iglesia, confesar ante un sacerdote sus pecados para el perdón divino, consultar a un agente de pastoral sobre los problemas conyugales o las tentaciones del mundo, eso les parece innecesario. Aún más: dicen que cualquier iglesia vale lo mismo, que cualquier religión es buena, que Dios nos oye de todas maneras. Así, caen en un relativismo teológico y pragmático: cada quien se convierte en medida de verdad y de bien.
JUZGAR
En la escena de Cesarea de Filipo (Mt 16, 13-19), Jesús une la profesión de Pedro en la divinidad, con la institución de la Iglesia. No se pueden separar: Jesús quiere continuar vivo y operante en su Iglesia, fundada con seres humanos defectibles y pecadores. Si aceptas a Jesús como Salvador, debes asumir también el medio, el sacramento por el que estableció hacerse presente hasta los últimos rincones de la tierra. Con razón, San Pablo llama a la Iglesia “pleroma”  (plenitud), cuerpo y esposa de Cristo (Ef 1,22-23; 5,25; Col 1,18; 2 Cor 11,2; Apoc 21,9.17). Gritar Dios sí, Iglesia no, es pretender enmendarle a Jesús su proyecto de salvación para la humanidad, que pasa por la Iglesia; es pensar que se equivocó, pues debería haber hecho su Iglesia con ángeles, o continuar físicamente entre nosotros por siempre y en todo lugar.
En Madrid, dijo el Papa a los jóvenes: “Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1 Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios” (21-VIII-2011).
ACTUAR
Aceptemos con fe, amor, respeto, comprensión y docilidad a nuestra Iglesia. Que sus deficiencias no te alejen de Jesús. Que nos esforcemos todos, pastores y fieles, por ser una Iglesia santa, inmaculada, sin mancha, ni arruga ni nada parecido, sino esplendorosa y digna de Jesús, para que el mundo crea y se salve.

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