"Éste es el rey de los judíos". »[1]
El último domingo del tiempo ordinario la Iglesia celebra la festividad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo ─Rey de reyes y Señor de los Señores─.[2] Con una mirada de asombro y de gratitud. Un Rey muy especial, paradójico, que "reina desde la Cruz ", y no a través de los poderes gubernamentales o políticos, sino impregnando la mentalidad del hombre de su mensaje de amor, justicia y servicio
Es Rey porque es Hijo de Dios y porque ha muerto en la cruz para atraer a Él a todos los hombres y reunirlos en un solo pueblo en el Reino de los cielos.
Él no había venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida por todos. Ahora está, en la plenitud de su realeza, porque está en la plenitud de su entrega. Ya toda su vida había sido entrega generosa. De él se dijo que "pasó haciendo el bien"[3]: consolando, perdonando, curando, atendiendo, comunicando esperanza, dando testimonio de la verdad.
Ésa es su realeza. Esas son sus riquezas. Sus seguidores (la comunidad eclesial y cada uno de nosotros) tendremos que aprender esta lección. Nuestra actitud, en nombre de Cristo, no deberá ser la del dominio, sino la del servicio. No la del prestigio político o economista, sino la del diálogo humilde y comunicador de esperanza. Evangelizamos más a este mundo con nuestra entrega generosa que con nuestros discursos. En nosotros también debe cumplirse lo de que "servir es reinar".
Hoy es una oportunidad de recuperar para cada uno de nosotros, los bautizados de la Iglesia y del mundo entero, ese Reino que Jesús predicó, el Reino de Dios, de Cristo; el reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la gracia, reino de la justicia, del amor y de la paz, para que una vez revestidos de ese Reino podamos decir “Viva mi Cristo, viva mi Rey”.
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