miércoles, 7 de diciembre de 2011

Navidad: tiempo de paz y renovación



Una sensación muy especial nos invade, cuando iniciamos el último mes del año. Se trata de un tiempo particularmente festivo: época de encuentros familiares, de reuniones con amigos y de gratas sorpresas. También están en el horizonte, desde luego, los días de vacaciones y el premio económico a nuestro esfuerzo, en forma de aguinaldo.

Pero, ¿qué es todo esto cuando no existe la paz en lo profundo del corazón humano?. Pensándolo bien, estaríamos dispuestos a cambiarlo todo por ese cielo aquí en la tierra llamado “paz”. En efecto, el trabajo, la producción creativa, la lucha, la renuncia y la búsqueda cobran sentido, únicamente si hay una meta. El bíblico “descanso sabático”, el reposo final y la satisfacción de la obra consumada es lo que llena de valor el camino, el “todavía no”, la existencia del “homo viator”.

Inmediatamente viene a nuestra memoria el autógrafo de San Francisco de Asís, el hombre de la paz universal, en el que otorgaba una bendición al hermano León: “El Señor te bendiga y te guarde; te muestre su faz y tenga misericordia de ti. Vuelva a ti su rostro y te conceda la paz...” (BenL, Cf. LEHMANN L., Francisco maestro de oración, Madrid 1998, p. 215ss.). ¿Habrá, acaso, un regalo mejor que pueda darse al prójimo?

Los ángeles, mensajeros del Señor, proclamaron hace poco más de dos mil años en este mismo planeta que habitamos: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres por él amados” (Lc 2,14). El motivo de estas voces esperanzadoras era la llegada de un niño que, naciendo en un establo y siendo recostado en un pesebre, traía la luz y la salvación a todo el género humano. Este infante, Jesús, es el “Príncipe de la paz”. Sólo quien ha modelado el corazón humano sabe darle el consuelo que necesita. De sus labios escucharemos más tarde: “Venid a mi todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mt 11,28) y, de igual forma, “Os dejo la paz, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14,27).

En esta próxima Noche Santa de la Navidad, ¿por qué no pedimos al Señor el regalo de la paz, para nuestro propio corazón y para nuestros prójimos?. Renovemos nuestra fe y hagamos un acto de humildad; así, delante del “Belén” que coloquemos en nuestras casas, con el alma de rodillas, imploremos al Señor que su paz nos inunde, que recuperemos la armonía y el equilibrio perdidos, que podamos ver su rostro resplandecer sobre nosotros en el rostro del hermano, que iluminados por su presencia en nuestras vidas seamos como antorchas que llameen para dar calor y luz a nuestro mundo.

Más allá de todo el mecanismo de consumo que se desata en esta fiesta, sepamos volver los ojos, con sencillez, a la gruta de la esperanza y la alegría. Miremos a Jesús, quien, con toda la ternura que un niño es capaz de despertar en nosotros, nos invita a renovar nuestra vida y a recibirlo, no sólo entre los brazos, sino en nuestra existencia.

Pbro. Adolfo Silva Pita

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