jueves, 8 de febrero de 2018

UNA CLÍNICA PARA SORDOMUDOS



UNA CLÍNICA PARA SORDOMUDOS

Regresando de la región de Tiro, Jesús pasó por Sidón y se dirigió hacia el Mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Estaba por llegar a las orillas del lago, cuando le presentaron a un sordomudo y Él lo curó recurriendo a muchos signos. Los que presenciaron ese milagro quedaron llenos de admiración y decían: "¡Todo lo ha hecho bien! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37).

Jesús tiene el poder de curar también a los que se muestran sordos a las voces que Dios les dirige a través de la propia conciencia o de las palabras del prójimo o de los acontecimientos, y el poder de curar a los que parecen incapacitados para darle gloria a Dios. La clínica para sordomudos que dirige Jesús es infalible, pues Él mismo es el médico que cura a tales pacientes.

Esa especie de insensibilidad interior que muchos padecen, Jesús puede curarla, pero es necesario que se dé, de parte de los interesados, aquel mínimo de buena voluntad que pone en acto la libertad interior. El Señor puede sanar de todo malo enfermedad a cualquier persona, pero es necesario que ésta sea la primera en desear su sanación; que crea firmemente en el Señor y se arrepienta de sus culpas.


Por lo general es el pecado mismo -cuando hay obstinación- lo que atrofia la sensibilidad interior. En los casos más graves se llega más allá de la mera indiferencia: se desciende hasta el extremo de tomar el vicio como virtud, la malicia como inteligencia, la impiedad como progreso, la rudeza y crueldad como fortaleza. La sordera y mudez interior vuelve a las personas más egoístas, más incapaces de escuchar a los otros y más incomunicadas.

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