UNA CLÍNICA PARA
SORDOMUDOS
Regresando
de la región de Tiro, Jesús pasó por Sidón y se dirigió hacia el Mar de Galilea,
atravesando el territorio de la Decápolis. Estaba por llegar a las orillas del
lago, cuando le presentaron a un sordomudo y Él lo curó recurriendo a muchos
signos. Los que presenciaron ese milagro quedaron llenos de admiración y
decían: "¡Todo lo ha hecho bien! Hace oír a los sordos y hablar a los
mudos" (Mc 7, 37).
Jesús tiene
el poder de curar también a los que se muestran sordos a las voces que Dios les
dirige a través de la propia conciencia o de las palabras del prójimo o de los acontecimientos,
y el poder de curar a los que parecen incapacitados para darle gloria a Dios.
La clínica para sordomudos que dirige Jesús es infalible, pues Él mismo es el médico
que cura a tales pacientes.
Esa especie
de insensibilidad interior que muchos padecen, Jesús puede curarla, pero es
necesario que se dé, de parte de los interesados, aquel mínimo de buena voluntad
que pone en acto la libertad interior. El Señor puede sanar de todo malo
enfermedad a cualquier persona, pero es necesario que ésta sea la primera en
desear su sanación; que crea firmemente en el Señor y se arrepienta de sus
culpas.
Por lo
general es el pecado mismo -cuando hay obstinación- lo que atrofia la sensibilidad
interior. En los casos más graves se llega más allá de la mera indiferencia: se
desciende hasta el extremo de tomar el vicio como virtud, la malicia como
inteligencia, la impiedad como progreso, la rudeza y crueldad como fortaleza.
La sordera y mudez interior vuelve a las personas más egoístas, más incapaces
de escuchar a los otros y más incomunicadas.
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