Dios regala su perdón sin límites. Obrando de esa manera nos
anima a vivir compasivamente nuestros conflictos. Quien recibe con fe el perdón
de Dios, tiene que perdonar a su hermano. No obstante, el perdón no es una
obligación que podamos imponer a los demás. Cada persona tiene la libertad de
otorgarlo o negarlo. En un país con casi un centenar de homicidios al día, cabe
imaginar que hay muchas familias que llevan cargando demasiado sufrimiento. El
perdón y la justicia son dos momentos inseparables de la reconciliación social
y personal. Mientras que el primero es un regalo que solo puede otorgar el que
ha sido agraviado (o en su caso, sus parientes más próximos); el
restablecimiento de la justicia es una tarea que compete a la autoridad. El
perdón reabre la posibilidad de interactuar en paz y tranquilidad a los que se
enemistaron. La justicia reconstruye el clima de certidumbre y seguridad en la
sociedad. El Dios que perdona es el mismo que reclama justicia.
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