En nuestra religiosidad, el cuerpo tiene un papel crucial. Con el cuerpo tocamos las imágenes de los santos a quienes rezamos. Con el cuerpo hacemos peregrinajes, a veces a pie y a veces de rodillas. Con el cuerpo nos sentamos, nos ponemos de pie, y nos inclinamos durante la Eucaristía. Con el cuerpo comemos el pan eucarístico. Puede ser que, cuando estamos deprimidos o distraídos, logramos rezar únicamente con nuestros cuerpos, sentándonos en la presencia del Señor sin saber qué pensar o sentir. Tal fe corporal es preciosa a los ojos de Dios. No olvidemos, por ejemplo, que el Rey David rezó danzando, saltando, girando, y gritando (2 Sam 6, 14-16) Y Dios estaba muy complacido. El Señor es un amigo y, como buenos amigos que se dan la mano y se abrazan, tenemos que utilizar nuestros cuerpos para amarlo.
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