La transparencia personal no es un valor muy apreciado en
nuestros días. En los medios sociales, por ejemplo, no hacemos hincapié en
nuestros errores, sino que nos publicamos como personas perfectas. Vigilamos
cuidadosamente nuestra imagen pública que ofrecemos para el consumo de los
otros. La usurpación de la identidad es un crimen que resistimos escondiendo
nuestra identidad con muchas medidas de protección. Mostramos tal y como somos
simplemente no es uno de los valores cultivados en nuestra época. Quizá esta
situación nos impide hacemos transparentes también a nuestros seres queridos y,
sobre todo, a Dios. Y si no podemos ser transparentes con Dios, ¿Cómo podemos
ser salvados por él? Así como un médico no puede curar una enfermedad que su
paciente esconde, tampoco Dios puede curar y salvar a una persona que no sabe
practicar la transparencia personal.
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