De acuerdo con el exegeta norteamericano, Bart Ehrman, el Jesús
histórico se entendía a sí mismo no como un profeta, como si fuera Isaías o
Jeremías, ni siquiera como un taumaturgo o autor de maravillas, de los cuales
hubo muchos en su época, sino como un sabio, es decir, un practicante de la
sabiduría popular ilustrada en nuestra lectura de Sirácides. Si hay algo de
verdadero en la posición de Ehrman, nos ayuda a entender el Evangelio de hoy.
En Lucas, Jesús se comporta precisamente como un sabio: en vez de lanzar ayes y
bienaventuranzas, como un profeta, observa cómo la gente actúa y llega a una
percepción sabia, es decir, que es mejor ser humilde que prepotente. Es una
percepción a la que cualquier persona sabia podría llegar, pero Jesús le otorga
un tinte cristiano, relacionándola a Dios Padre.
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