«Entre todos los milagros hechos
por nuestro Señor Jesucristo, tiene particular resonancia la resurrección de
Lázaro. Pero, si nos fijamos en aquel que lo hizo, debemos más bien alegramos
que admiramos. Resucitó a un hombre aquel que hizo al hombre; es el Unigénito
del Padre, por el cual, como sabéis, fueron hechas todas las cosas. Si, pues,
por Él fueron creadas todas las cosas, no es de admirar que por Él resucitase
uno, cuando por Él nacen tantos diariamente. Más es crear un hombre que
resucitarlo. Se dignó, empero, crear y resucitar; crear a todos y resucitar a
algunos. No todo cuanto hizo el Señor Jesús está escrito, como lo afirma el
mismo san Juan, diciendo que Cristo obró y dijo muchas otras cosas que no han
sido escritas. Han sido elegidas las que se han escrito, porque parecen
suficientes para la salvación de los que habían de creer. Oíste que el Señor
resucitó a un muerto; esto debe bastarte para saber que, si quisiese, podía
resucitar a todos; lo cual se lo ha reservado para el fin de los tiempos. Pues
el mismo que resucitó a uno que llevaba cuatro días en el sepulcro, según
habéis oído, dice que llegará la hora en que cuantos están en los sepulcros
oirán su voz y saldrán de ellos. Resucitó a uno en descomposición, pero que aún
conservaba en el cadáver descompuesto la forma de los miembros; pero Él en el
último día, con una sola voz, convertirá las cenizas en carne. Era conveniente
que ahora hiciese algunos milagros, que, siendo manifestaciones de su poder,
nos moviesen a creer en Él, preparándonos para aquella resurrección que conduce
a la vida, evitando el juicio de condenación» (San Agustín [354-430]. Tratado
49 sobre el Evangelio de Juan).
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